THte escuchado en la radio que una ola de frío está castigando a España, y también a Extremadura. No tenía ni idea. Y es que este año me he curado en salud: el 1 de noviembre me arrebujé bajo el edredón nórdico y aquí sigo, atrincherado, ajeno al mundo.

La semana pasada me telefoneó mi madre para preguntarme si tenía pensado levantarme de la cama. No sé. ¿En qué mes estamos?, pregunté. En enero, contestó. Entonces, no. Mejor despiértame en marzo . A mi familia no le gusta que esté postrado durante meses. Al parecer doy mala imagen. ¡Cómo!, si nadie puede verme. Sí, podría invitar a Giselle Bundchen a compartir mis sábanas, pero eso me obligaría a levantarme para abrirle la puerta. Bubi me anima a que abandone mi hibernación. Tienes que echarte a la calle y pillar un buen catarro, que es lo que hace la gente decente en estas fechas . El asunto es que llevo toda la vida resfriado y he decidido que ya es hora de disfrutar del calor del hogar, dulce hogar. Nunca fui bueno luchando contra el termómetro.

Cuando tenía siete años estuve en un campamento de la OJE, en Jerte. Enfrentarme al frío y al espíritu franquista fue toda una pesadilla. Los compañeros se mofaban de mí porque siempre estaba aterido. Mis padres tuvieron que llevarme a casa una semana antes del plazo acordado. Aquel fracaso marcó mi personalidad. Dicen que una retirada a tiempo es una victoria. Es posible. Pero a veces me da por pensar que debería haberle plantado cara al frío en aquel campamento. Y bajar ahora a la calle en bermudas y chanclas y caminar con paso firme y la cabeza bien alta. www.franrodriguez.tk