Las "bíblicas" dimensiones de los incendios del Peloponeso, que en estos días llenan las bocas de algunos políticos griegos, son bien patentes en cuanto el coche atraviesa los límites de la prefectura de Ilia y se aproxima a las ruinas de Olimpia, sede durante centurias de los Juegos Olímpicos de la antigüedad.

El cielo límpido y el sol reluciente que había brillado durante todo el viaje desde Atenas desaparecen de súbito y se transforman en una niebla grisácea que dificulta, y a ratos casi imposibilita, la visión de las enormes extensiones de frondoso bosque mediterráneo, con cipreses, olivos y chopos. La niebla indica que nos adentramos en la llamada zona cero de la cadena de incendios descontrolados que devasta Grecia.

La constatación de que la nebulosa que cubre Ilia no es un capricho de la meteorología local llega en cuanto los cristales del coche descienden y se sale del vehículo para comprar agua. Un penetrante olor a chamusquina, a madera reseca o ardiendo, impregna la atmósfera. La temperatura sube varios grados.

"El domingo (día en que el fuego llegó a rozar los blancos muros del museo de Olimpia) era mucho peor. Me tuve que cubrir la cara con un pañuelo para protegerme". Themistoclis Tzamalis, de 63 años y guarda del museo desde hace 25, vivió en su propia piel el caos que acompañó la súbita llegada de las llamas hasta los aledaños del edificio. Hoy denuncia la caótica huida del personal y, sobre todo, las deficientes medidas de seguridad de un museo y unas ruinas arqueológicas únicos en el mundo. Y rememora los 10 minutos en los que caminó sobre brasas entre un denso humo cegador.

"DESDE EL NOROESTE" "Las llamas vinieron desde el noroeste. Pude mantener la calma hasta el último momento; después me volví loco, y al final incluso me costaba respirar", recuerda Tzamalis. "Muchos se fueron en coche y otros lo hicieron a pie. Vi a una chica sola y desorientada, pero al final otro coche se la llevó", rememora junto a una botella de cerveza caliente.

El museo, que exhibe en sus vitrinas armamento utilizado por los guerreros griegos en la batalla de Maratón, y que muestra al mundo como principal trofeo la estatua de Hermes esculpida por Praxíteles, volvió ayer a abrir sus puertas. Pero en el ambiente flotan varias preguntas. ¿Funcionaron adecuadamente las dos mangueras contraincendios? ¿Son suficientes, habida cuenta que se trata de una institución que alberga obras maestras de la Grecia clásica y que está en una zona boscosa? ¿El flujo de información funcionó y la evacuación fue eficaz?

Themistoclis responde con un tajante "no" a las tres cuestiones. "Las mangueras no tenían agua, los hidroaviones dejaban caer su carga en lugares donde no nos protegía, y además la información que teníamos era de que no iban a llegar hasta aquí las llamas". Una funcionaria que no quiere decir su nombre corrobora estas afirmaciones. "¿Dónde está el fuego?", pregunta inquieta. "Nosotros no sabemos nada, pero nos obligan a quedarnos aquí. Yo tengo miedo", susurra, dejando traslucir una mueca de desconfianza.

VERSIONES CONTRADICTORIAS Otros trabajadores del museo dan una versión diferente. Sobre todo, los representantes del Ministerio de Cultura. Concretamente Georgia Chatzi-Spiliopourou, directora de Antigüedades de la Antigua Olimpia. "Las mangueras contraincendios funcionaron y la orden de evacuación se dio a tiempo", sostiene.

Aunque las antigüedades de Olimpia se hayan salvado de la quema, las pérdidas serán cuantiosas. Avivados por fuertes ráfagas de viento, los fuegos seguían ayer arrasando por quinto día consecutivo el Peloponeso y la isla de Eubea. Y un tercer foco estalló cerca de Maratón, al noreste de Atenas, la capital.