Pisco volvió a temblar ayer de miedo. Una fuerte réplica, que alcanzó los 5,5 grados de magnitud en la escala de Richter, sacudió toda la zona afectada por el terremoto del miércoles y sembró otra vez la zozobra entre los habitantes de una ciudad demolida y de luto. Los bomberos y los enviados del Ministerio de Salud tuvieron que intervenir en más de una ocasión para tranquilizar a los descontrolados que temían otra inminente catástrofe. El mismo pánico se sintió Ica, Chincha, Cañete y las localidades aledañas que también fueron golpeadas por el seísmo.

La escasez de agua y alimentos agudiza el drama de los damnificados, que son ya 200.000, y se ven obligados a pasar las noches en la intemperie, bajo un intenso frío. El comandante de los bomberos de Pisco, Guillermo Merino, afirmó ayer que "la situación empeora" debido a la "escasez de carpas, agua, alimentos y medicinas".

El balance provisional de víctimas mortales es de 510, aunque se teme que queden todavía muchos cadáveres bajo los escombros. Los heridos son más de 1.500. El seísmo destruyó más de 16.000 viviendas.

LOS EFECTOS DEL DESASTRE A medida que uno se acerca a Pisco, la carretera Panamericana Sur va mostrando los efectos del desastre. Las grietas en el asfalto se transforman en enormes cráteres, tajos pronunciados que los equipos de Defensa Civil han cubierto con arena para que los camiones con ayuda puedan circular a paso de tortuga. El paisaje de la desolación se hace también en Chincha, a unos 20 minutos de Pisco. Por la ruta se ve a gente yendo en sentido contrario. Han abandonado sus casas con apenas lo puesto. "Esto es como un éxodo", dice un policía que dirige el tránsito.

San Clemente es una pequeña población a las puertas de Pisco. La mayoría de sus casas se cayeron de un plumazo en la noche del miércoles. Ayer, con los nuevos temblores, la mayoría de los habitantes también salieron a sus calles a recibir los peores presagios. Pero lo peor ya había sucedido. "Sin embargo, parece que nadie en Lima se dio cuenta de que existimos", bramaba un empleado del Hostal de Tito, un edificio de tres plantas del cual sobrevivieron algunas vigas. "Todavía tenemos un muerto acá al lado y nadie vino a rescatarlo".

La población se quejaba además de que aún no habían recibido la ayuda estatal. "No tenemos que beber, no tenemos pañales para nuestros niños, lo único que tenemos es hambre", gritó Rosa a este enviado.

"Nadie morirá de sed ni de hambre, eso lo garantizamos", afirmó ayer en Pisco el presidente de Perú, Alan García. "Lo más urgente en este momento es enterrar a las personas fallecidas y desplazar a los heridos más graves a Lima", señaló el mandatario, que se instaló en Pisco el jueves para observar de cerca las operaciones de rescate y ayuda.

García, confiado en que la situación se restablezca en diez días, explicó que se han repartido más de 80 toneladas de alimentos, víveres y medicinas.

Pasa a la página siguiente