El pasado sábado, Documentos TV (TVE) emitió un documental sobre el fútbol femenino. A lo que queda de él, más bien. El programa televisivo puso en evidencia la cruda realidad: en este país una mujer puede ser ministra, doctora, militar e incluso presidenta del gobierno, pero no puede ser futbolista profesional. No lo digo yo, lo dicen los datos: en España hay 20.000 jugadoras federadas y ninguna de ellas vive de sudar la camiseta. Ponen el mismo empeño e ilusión sobre el césped que Iniesta, Iker Casillas o Villa, pero mientras ellos son galácticos ellas son terrenales: no firman contratos millonarios, no conducen coches de lujo ni viven en mansiones. Nada. Por muy buenas que sean en la práctica de este deporte nunca podrán superar el estigma de ser mujeres.

La única salida para jóvenes como Laura del Río, considerada por muchos la mejor futbolista española, es meter su ropa y un balón en la maleta y cruzar el charco para hacer las Américas. Allí, dicen, quienes juegan al fútbol no son los hombres sino las mujeres. Olé. Estados Unidos está lejos de ser un país perfecto, pero hay que reconocerle la hazaña de tener un presidente negro y la de promover una liga de fútbol femenino profesional. (Aquí, sin embargo, tenemos un presidente que lo tiene muy negro y 20.000 futbolistas mujeres que se limitan a hacer del fútbol una profesión de fe).

Desde la federación española aseguran apoyar el fútbol femenino, pero al mismo tiempo les envían a estas chicas el mensaje de que se lo tomen como una mera afición. Eso no es apoyar el fútbol femenino, estimado señor Villar: es simplemente tocar las pelotas.