TDte aquí a dos días comienza el futuro. Y ahora mismo no recuerdo ni una sola película, ni un solo libro que al hablar del futuro no lo haga con la voz funesta de los profetas. Desde 1984 hasta Soy leyenda , desde Nostradamus hasta Huxley no han hecho más que pintar el futuro como una serie de catastróficas desdichas. La mitad de mi vida la he pasado deseando que llegara el año 2000 para ver cómo serían los coches voladores y la pastilla que curara la alopecia, y la otra mitad acogotado por miedo a que tuvieran razón los siniestros y con el 2000 se acabara el mundo. Y no sólo hemos atravesado 1984 sin que el cielo se derrumbe sobre nuestras cabezas sino que vamos gastando el primer decenio de este siglo y, si bien es cierto que la alopecia sigue sin cura, tampoco han estallado bombas atómicas ni somos esclavos de los extraterrestres ni han repuesto La casa de la pradera . Vaya una cosa por la otra. El alma bulliciosa del futuro se transforma en aburrida y simplona cuando se solidifica en presente. Es tan excitante para el presente soñar con un cacharro teletransportador como lo fue en el pasado soñar con el AVE que te había de llevar de Madrid a Sevilla en dos horas y media. Pero resulta que la tecnología ni nos hace más sabios ni más felices, y el que se montó idiota en Madrid se baja idiota en Sevilla. En su último libro, Desmond Morris dice que el futuro del hombre pasa por que el gobierno del mundo pase a manos de las mujeres. Yo no le veo futuro a esa teoría. Dudo de que el porvenir se libre en una guerra de sexos. Poco importa que las manos sean femeninas o masculinas si el material con el que construimos el futuro sigue siendo dinero y religión.