TMti suegra es una señora muy cabal y cariñosa, pero acabada la sesión de adulaciones, se impone denunciar que cuando le da por ponerse comparativa puede ser demoledora. Mi suegra conserva un vocabulario muy extremeño, muy de castellana vieja, y llama escusao al fisgón, achiperres a los cacharros, farraguas al descuidado en el vestir, gimplón al llorón y pitera a la herida en la cabeza. A veces utiliza palabras que yo tomo por vulgarismos, pero que luego encuentro en los diccionarios más sesudos e históricos. Una vez me acusó de gustarme demasiado el pajoneo y yo me escandalicé pensando en obscenidades vergonzantes. Pero antes de tronar, recurrí al diccionario y descubrí que el pajoneo es el gusto excesivo por salir a la calle.

Aunque donde mi suegra se muestra temible, ya digo, es en el arte del símil. De una muchacha mona y menuda dirá que es atractiva, pero a continuación especificará que es como una gatina y todas las virtudes de la chica quedarán en suspenso. Mi suegra no compara con maldad, sino recurriendo a la tradición popular extremeña, pero... El otro día contempló un armario pintado desastrosamente por mi cuñado y lo comparó con una vaca pía, que según parece son las vacas de varios colores. Si un hombre es delgado será como un fisirique, si es redondo y de carnes prietas, será comparado con una morcillina y si me ve chulesco y despreciativo aseverará que su yerno se comporta como un gallino Pepe, que son esos gallos pequeños y orgullosos que se pavonean por los corrales extremeños.

*Periodista