TStiendo un niño, iba desde mi casa en la calle Viena hasta el colegio Paideuterion bajo los árboles porque Cáceres ya era entonces una ciudad verde, muy verde. Pero a veces es preciso cambiar de paisaje para valorar lo que se posee. Cuando dejé de ser un niño, la vida me llevó a vivir a diferentes ciudades de Castilla y Galicia. Allí descubrí que casi no había plantas ni zonas verdes y cuando el mejor alcalde que ha tenido Santiago de Compostela plantó árboles en las calles del Ensanche, la medida pareció revolucionaria. Hay que saber copiar de Salamanca, Segovia o Santiago la peatonalización, la conservación o el mobiliario urbano, pero no hay ninguna ciudad patrimonio de la humanidad que pueda dar lecciones a Cáceres en cuestión de zonas verdes.

Al igual que hay desaprensivos que orinan en la fachada de un palacio renacentista, también hay en Cáceres respetables gamberros que roban plantas para sus jardines privados o rajan los tubos de riego para que beban sus perritos. La policía sigue al joven barbudo con piercings porque puede ser grafitero o botellonero , ¿pero cómo sospechar del caballero elegante que pasea con una bolsa llena de plantas robadas en el parque del Príncipe? Mi mujer fue responsable de jardines en una ciudad gallega y acabó poniendo plantas rústicas que creaban masas de colores (lantanas, cotoneáster, pyracantas), pero que tenían espinas y no las robaba nadie. Cáceres no es Galicia y aquí siempre se han respetado las plantas públicas. Conservemos algo en lo que siempre hemos sido una ciudad ejemplar.