Los representantes de 190 países se encontraban negociando en el palacio de congresos de Copenhague cuando, de repente, irrumpió Barack Obama y se sacó de la chistera un acuerdo de mínimos acordado con China, India y otras potencias emergentes al margen del plenario de la Convención de la ONU (UNFCCC). EEUU impuso su ley tras dos semanas de conversaciones estériles.

Las cumbres de la UNFCCC no adoptan sus decisiones por mayoría absoluta o mayoría cualificada, como suele ser habitual en las negociaciones de la ONU, sino por unanimidad de todas las delegaciones. El fracaso de Copenhague dio alas a quienes lo cuestionan. La ecuación es fácil: las grandes potencias suman más del 90% de las emisiones de dióxido de carbono, por lo que bastaría un acuerdo entre ellas para resolver el problema del cambio climático.

Visto el marasmo de la cumbre, Obama decidió saltarse el protocolo y convocó a los líderes de las potencias emergentes. Desatascó las negociaciones y dejó dos damnificados: por una parte, la UNFCCC y su sistema de votación universal; por otra, la UE y su liderazgo político, que cayó por los suelos.

Un gran hito

La cumbre acordó como principal hito una declaración política falta de concreción. El texto dice que la comunidad internacional debe hacer lo posible para evitar que la temperatura media mundial suba dos grados con relación a los niveles preindustriales (ya se ha incrementado en 0,7 grados). Sin embargo, para evitar que se supere ese umbral, no se establece ningún tipo de compromiso.

En cuanto al relevo, la marcha de Yvo de Boer no afectará a los preparativos de la próxima conferencia del clima de México, en noviembre. De hecho, según la ONU, Ban Ki-moon ha iniciado la selección del sucesor. Un diplomático europeo citado por la agencia France Presse consideró que "es probable y hasta deseable" que el nuevo líder de las negociaciones "sea alguien del sur".

Pero hablar del relevo es hablar del futuro. Ahora es el momento de la presidencia española. La secretaria de Estado de Cambio Climático, Teresa Ribera, considera que la UE tiene que jugar un papel "capital" en la fase post-Copenhague. Por eso, España, desde la presidencia europea, trabajará para que todos remen "en la misma dirección y bajo el paraguas de la ONU".