TVteinte gansos se posaron sobre la estatua de la diosa Juno. Graznaron durante horas sin que se supiera por qué. Hasta que un romano cabal, de los que aún no habían pasado por Berlusconi ni por la ESO, interpretó sus graznidos y puso a la ciudad en alerta. Y de este modo tan a lo Cunqueiro Roma se salvó de una invasión de los galos. Al menos eso dice la leyenda. Sea como fuere, lo cierto es que en honor a este milagro Livio Andrónico bautizó a la diosa como la avisadora , la Moneta, del verbo monere , avisar. Y como el azar hace las cosas bien, junto al templo de Juno estaba la fábrica donde se acuñaban los denarios, que con el tiempo pasarían a llamarse moneta, moneda en español. Han pasado los siglos. Las diosas ya no hablan a los humanos más que desde las pasarelas de moda y a millón por exclusiva. A los templos se les llama ahora entidades bancarias y vivimos tan absortos en la redondez de nuestro propio ombligo que todos creíamos que la barbarie estaba amarrada de pies y manos en el fondo de la cueva de Platón. Hasta que un día los somnolientos vigías vieron de nuevo a la barbarie aullando en las lindes de nuestra civilización y nos pusimos a temblar. Hay que decir que también a la barbarie le hemos cambiado el nombre. Ahora le decimos crisis. Porque la barbarie es volver a los tiempos del brasero de picón, a los tiempos sin seguridad social, a los días del sí señor y usted no sabe con quién está hablando. Menos mal que han vuelto los veinte gansos. G-20 para los íntimos. Posados de nuevo sobre los hombros de la moneda sus graznidos anuncian la recesión de la barbarie. Son gansos gordos y sonrientes, tan bien alimentados que más parecen buitres que gansos. Por eso cuesta creerles. Además, olvidan que Roma, como los dioses, acabó cayendo.