Javier García Sánchez dice ser un yonqui del fracaso, siente una atracción romántica por el abismo e intenta convencer a quien le escuche de su fastidio por los triunfadores. Con estos elementos como base de inspiración, el novelista ha escrito Dios se ha ido , último premio Azorín, la historia de un personaje roto, de un hombre que nunca quiso comprometerse, en definitiva, la historia de un fracaso.

García Sánchez (Barcelona, 1955), periodista durante años, locuaz, de hablar nervioso, explica que en su última novela tiene dos apuestas fuertes: la mezcla de humor y dolor y la presencia constante del lector en la narración, casi convertido en cómplice del protagonista. Dios se ha ido (Planeta) presenta a un hombre separado tras un largo matrimonio, ajedrecista, que cada día al mirarse en el espejo ve la imagen de una persona que ha perdido la autoestima.

La novela aborda temas "profundamente desoladores", asegura el autor, pero es cierto que incluye tonos humorísticos que provocan la sonrisa. Ese humor con el que García Sánchez rompe el drama de la obra parece ser el aspecto del que se muestra más satisfecho: "La imagen más deseada por un autor es imaginarse al lector leyendo su obra y sonriendo; esa sonrisilla es el orgasmo de los novelistas".

TABLAS CON UNO MISMO

El protagonista de Dios se ha ido , agnóstico convencido, se agarra al final a una cierta esperanza --"un reflejo de lo que debe ser Dios"--, que consiste en aceptarse como es, cobarde y pusilánime. "El jugador de ajedrez --dice el escritor-- acepta las tablas consigo mismo".

García Sánchez, autor de Los otros (Ediciones B, 1998), parece obsesionado por alcanzar una música propia en su producción narrativa: "O se vive o se escribe; un novelista debe estar durante años más pendiente de la obra que de la vida". Tras unas 15 novelas publicadas --El Alpe d´Huez , La historia más triste , La vida fósil , entre otras-- el autor cree que puede permitirse el lujo de empezar a vivir.

Escribe a mano, en papel de diferentes texturas y con tintas azul o negra, a veces con rotulador. Por ese artesanal método lleva ya más de 1.500 páginas --"sólo de narración, falta llenarlo de literatura"-- de una novela centrada en el personaje de Robespierre que no sabe cuándo acabará. García Sánchez es un reincidente: El mecanógrafo , escrita en 1989, tiene 1.000 páginas.