TCtuando más difícil nos ponen creer en lo que importa, cuando hemos convertido a la palabra en instrumento de entretenimiento y niebla, cuando la sensibilidad de los sensatos se narcotiza de indiferencia y asco, entonces, por fortuna, aparece alguien como Saramago o como Juan Gelman y nos recupera para nosotros mismos. Quizá sea porque Saramago ha resucitado o quizás porque son las cuatro y en la noche aulla un perro al que el ego desmedido de un snob se empeña en mantener en su adosado o quizás porque he leído el discurso de Gelman al recibir el Cervantes, el caso es que entre el maldito chucho y el maldito discurso me han dejado el alma desvelada y tiritando. Sé que la gente de Ecologistas en Acción promueve la campaña Una semana sin televisión para denunciar lo que este aparato aporta al consumo insostenible, y yo me sumo, y aún me multiplico, a esta propuesta. La tele es como un perro con dueño gilipollas. Apaguemos la tele y leamos a Saramago. Leamos a Gelman. Escuchemos a quien en verdad tiene cosas que decir. En unos tiempos mezquinos de penuria, en los que cada tres segundos muere un niño de pobreza, dice Gelman, hay que reivindicar la belleza de la poesía. Ya puestos, reivindiquemos la belleza a secas, antes de que todo lo inunde la zafiedad. Se llega a un punto en que no hay nada más que la esperanza, y entonces descubrimos que aún lo tenemos todo, escribió Saramago en El año de la muerte de Ricardo Reis . Lo que no nos dice nadie es que ellos son la esperanza. Porque son poetas, porque han sufrido, porque son ancianos. Tres fundamentos que antes tenían algún valor pero que el mundo ficticio de la tele oculta con un velo de palabras vacías. Como aullidos de perros en la noche.