El Montfalcó aparecía agotado, ayer, en el puerto de Marsala, en la isla italiana de Sicilia. No era para menos, porque la experiencia de los últimos seis días acabaría con cualquiera. Además de acoger a 32 personas en un espacio insuficiente, el remolcador de San Carlos de la Rápita había librado una durísima batalla con un fuerte temporal. Pero quienes están acostumbrados a lidiar con el mar son gente de otra pasta y los seis tripulantes del ya celebérrimo barco afrontaban con modestia su papel de salvadores de los 26 inmigrantes de Costa de Marfil.

"¿Por qué nos tratan como héroes", se preguntaba el capitán, Rubén Vázquez, mientras pasaba a limpio en el diario de navegación las notas del día anterior. "No somos los primeros ni desgraciadamente seremos los últimos en hacer algo así", razonaba desde el puente de mando. Vázquez había dormido por primera vez en varios días --"con la ayuda de un par de pastillitas", advertía-- tras la aventura con los africanos.

EDUCADOS Y AGRADECIDOS La tripulación de esta embarcación de 23 metros de largo por 7,5 de ancho coincidía en que los sin papeles eran tranquilos, educados, aseados y agradecidos. Tampoco se les veía especialmente asustados. "Su única obsesión es llegar a Italia o España, pero no quieren oír hablar de Libia ni de Túnez", según recordaba ayer Alejandro Martínez. Este marinero logró enterarse, gracias al precario inglés de uno de ellos, de que los inmigrantes habían partido de su país 74 días antes. No especificaron cómo habían atravesado el Sáhara pero sí que llevaban dos días en el mar.

Amontonados en la barca de fibra de cinco metros de longitud, los marfileños se acercaron al Montfalcó la madrugada del viernes al sábado. La velocidad del remolcador, que arrastraba dos jaulas usadas para la pesca del atún, les facilitó la tarea. "Ibamos a uno o dos nudos, unos cuatro kilómetros por hora, cuando me dí cuenta de que alguien intentaba subir al barco", explicaba ayer el capitán, que cree que son las propias mafias las que invitan a los indocumentados a usar este método.

PUCHERO Y GARBANZOS Avisó a sus hombres y los seis se asomaron por la cubierta para ver cuántos eran y si había mujeres o niños. Decidieron no subirlos a bordo, entre dudas y algo de miedo.

Pero horas después, al darse cuenta del peligro que corrían a causa del temporal que se avecinaba, los 26 hombres se convirtieron en huéspedes de la embarcación tarraconense. Los tripulantes calculan que tenían entre 18 y 26 años y obedecían a uno de ellos.

Desde entonces, los 32 ocupantes de la vetusta barca se apañaron como pudieron. Con cinco camarotes (dos de ellos dobles) y un único aseo a bordo, la situación no era de lo más confortable, admiten.

"Pero en ningún momento faltaron víveres: yo les preparé garbanzos, arroz, puchero, pavo... lo que tenía. ¡Y no dejaban nada en la cazuela!", contaba orgulloso el cocinero, José-Ventura Calvo.

EL BAÑO, SIEMPRE OCUPADO Este generoso profesional optó por invitar a comer ayer a esta periodista: "Si he alimentado a 26 que no esperaba, ¿cómo no vas a quedarte tú".

Con los africanos hubo agua suficiente, sin despilfarrar, pero el uso del baño originó algún conflicto. "¡Ellos eran los dueños, siempre estaba ocupado!", protestaba sin acritud José Manuel Avilés.

Para que no impidiesen el paso de los tripulantes arriba y abajo, el capitán decidió habilitar la bodega o pañol de popa.

LAS OLAS Y EL VIENTO Este lugar reducido permitió que los marfileños durmiesen calientes y protegidos del mar. Porque, sin duda alguna, lo más complicado fue convivir con el vaivén de las olas y el viento.

Hasta que, el jueves, llegó el Clara Campoamor, el flamante buque de Salvamento Marítimo a quien pasaron el testigo de la solidaridad marítima.

La jornada de ayer sirvió para aclarar con el armador, Florenci Macias, que se ha desplazado hasta Marsala, el nuevo calendario de viaje, comprar provisiones para un mes y reparar uno de los motores.

"Antes de irse, uno de ellos me regaló un amuleto porque aseguró que le había dado suerte. Dijo que el hecho de encontrarse con el Montfalcó había sido providencial", narraba ayer Alejandro mientras jugueteaba con el colgante.

Una gesta.