Ginés Marín dejó su impronta en Pamplona, en la que se anuncia como la Feria del Toro. Y lo hizo a lo grande, plasmando un toreo que deja un poso de bonanza en quien lo disfruta, por lo que se recuerda. Es el suyo un toreo de suprema calidad, de desbordante dulzura, de raíz rotundamente clásica, hecho sin un mal gesto, sin buscar el aplauso fácil. Sólo apelando a la pureza, que es dar todas las ventajas al toro, y con sentimiento.

Sí, las ventajas a un toro que se puede decir que se inventó porque era un animal sin ritmo en su embestida, que tomaba una vez medio bien la muleta, y dos mal, protestando y sin seguirla hasta el final.

Ya se quedó corto en el capote del oliventino y esperó en banderillas, lo que auguraba falta de celo y de entrega. Pero Ginés se colocaba muy bien en el terreno del toro, y corría la mano con suavidad extrema. Poco a poco, la faena fue a más, fue cogiendo altura, fue teniendo un porqué, que eran series en redondo llevando al animal hasta el final, especialmente en los naturales, que al final lo fueron a pies juntos, reminiscencia de los Vázquez, de Manolo. Manoletinas mirando al tendido, gran estocada y dos orejas.

Antes sorteó un animal destartalado de cuerna pero de mucha clase y al que picó su padre, midiendo el castigo. Fue esa también una faena de mucho primor, en la que lucía el embroque de Ginés, esa forma tan delicada de componer ante el toro al pasárselo cerca. Bien en redondo, tras el cambio de mano llegaba el natural eterno. También fue esa una faena a más, en la que la única concesión fueron unos naturales al final de rodillas. Pero el paisano emborronó con la espada lo que bien habían podido ser otras dos orejas.

También a hombros

A Ginés le acompañó a hombros López Simón, pero ese triunfo no tuvo comparación. Cortó sendas orejas, una primera al segundo de la tarde, un toro codicioso, tras una faena un punto deslavazada, primero entre cada serie, pues, si bien conseguía el madrileño algún muletazo largo y templado, llegaban también los pases vulgares por arriba. Y en segundo lugar porque no había unidad, ni belleza, en un toreo de muchos pases y poco sosiego. Por no jugar la muleta al entrar a matar fue cogido, afortunadamente sin consecuencias.

El quinto fue un toro con las puntas hacia fuera. Era feo y no tuvo clase, pero a López Simón le regalaron otra oreja. Iba y venía el animal sin clase ni entrega, y la faena no tuvo alturas. Lo mató además con un espadazo muy caído pero llegó el premio, que fue absolutamente irrelevante.

Sebastián Castella obtuvo una oreja del primero, que metió bien la cara en el capote y tuvo buen tranco en banderillas. El recuerdo de Iván Fandiño seguía presente, y al torero caído fue el brindis.

El comienzo de faena fue por estatuarios. Todo el mundo se cree Manolete, pero tienen más enjundia los ayudados por alto, si es por arriba por donde se quiere iniciar una faena. Fijeza del animal, que tomaba la muleta de bravo por abajo en el toreo en redondo. Toro enclasado, repetía, asentado el torero francés. Al natural, faltó remate y el toro mostró cada vez menos codicia. Manoletinas finales. Buen toro, faena aseada pero un punto desigual.

Un tío el cuarto, amplio por delante y con dos pitones al cielo. Le costaba humillar. Toro al que le faltaba final por el pitón derecho, se quedaba corto, y era imposible por el izquierdo. Eso, más la merienda, hizo que no alcanzará nivel la faena y que le costará un mundo matarlo, por lo que sonaron dos avisos.

Ginés Marín va para arriba, lo que nos congratula. Y lo hace luciendo un toreo de gran calidad y belleza. En el festejo de hoy sustituirá a Roca Rey, herido el martes, completando, junto a Antonio Ferrera y Alejandro Talavante, un cartel completamente extremeño con toros de Núñez del Cuvillo.