Al primer ministro británico, Gordon Brown, el Gobierno se le desmorona. Una nueva dimisión, la de la ministra de las Comunidades, Hazel Blears, hizo ayer su situación más insostenible. La responsable de las relaciones con las administraciones locales anunció su decisión la víspera de las elecciones europeas y municipales, y cuando faltaba poco más de una hora para que Brown se sometiera al habitual turno semanal de preguntas en el Parlamento.

A diferencia de lo que ocurrió con la renuncia de la ministra de Interior, Jacqui Smith, que trascendió sin su aprobación, la dimisión de Blears fue un golpe deliberado, escogiendo el peor momento para infligir el mayor daño posible a la maltrecha autoridad de Brown. La cuestión sobre la que diputados laboristas y comentaristas políticos hacían cábalas es si se trató de una maniobra orquestada por otras figuras relevantes del Gobierno con el ánimo de acabar con Brown o si fue una venganza de Blears.

La reputación de Blears quedó en entredicho tras verse envuelta en el escándalo de los gastos de los diputados. Fue de las primeras en prometer devolver los 15.300 euros que debe a Hacienda por los beneficios obtenidos en la venta de una casa, financiada con el dinero público.

Pocos días antes de que el Daily Telegraph desvelase el asunto, Blears publicó un artículo en The Observer en el que cuestionaba la estrategia de comunicación de Brown, y ridiculizaba su anuncio de reformar el sistema de gastos en YouTube. El escrito levantó ampollas en Downing Street y, cuando Brown tildó su conducta de "totalmente inaceptable", el comentario fue entendido como una revancha.

Por su parte, el ministro de Sanidad, Alan Johnson, se vio obligado a desmentir que estuviera detrás de la iniciativa de un grupo de diputados laboristas que, según la web del diario The Guardian, recogen firmas para forzar la defenestración de Brown y colocarle a él en su lugar.