Desde que llegaste, tus fuerzas de ocupación han invadido la casa. Abandonaron la lejana isla de Gorm para sitiar tu cuarto de juegos y mi vida. No es extraño, yo también preferiría este mundo a un lugar volcánico inhabitable. Aquí deben de ser más felices, aunque como son inexpresivos, no lo muestran; solo esgrimen sus muecas espantosas. Rojos como el fuego y retorcidos como la lava, no presentan ningún rasgo de hermosura. Son un tanto extraños, casi tanto como su nombre: Falena, Cortacuellos, Magnium o Devoramentes el místico, delirios del márquetin perfecto que los ha creado. En mi época los invasores se llamaban genéricamente clics de Playmobil y mucho antes, eran héroes anónimos divididos en indios y vaqueros. Y no poblaban islas, sino barcos piratas, castillos medievales o fuertes Comansi. Los tuyos son Gormitti, y viven con nosotros hace un año. Encontrárselos de noche no es agradable y no me gusta que trepen a tu cama. A veces, sus aristas me sorprenden cuando camino descalza por la casa y maldigo el plástico duro del que están hechos. Incluso hay días en que no sé cómo, se cuelan en el bolso y mis dedos rozan sus bordes imprevistos cuando trato de buscar las llaves. O bajan a mi coche, o aparecen de pronto en mis zapatos. Vivos porque tú les das vida, sonrío cada vez que los encuentro y acaricio su hocico o sus tentáculos. Habitan lugares recónditos, como el hueco del sofá o la última estantería. Juegas con ellos, pero olvidas devolverlos a su isla cada noche. Y cada mañana, al recogerlos, me causa una ternura infinita que vinieras a poner todo en su sitio y al mismo tiempo a dejar todo en desorden.