Cuando fuimos jóvenes escuchamos a los aficionados que nos precedieron una gran verdad: la de que al torero hay que juzgarlo en función del toro. Así hay que valorar el gran mérito de la oreja que cortó José Garrido ayer en Valencia, con el valor añadido de que, además, venció el frío glacial que se iba apoderando de una tarde de toros que parecía opaca.

Estas reflexiones vienen muy a modo de lo que fue la tarde de ayer de las Fallas valencianas. Tarde fría, no ya por la temperatura, sino por cómo iba discurriendo. Hay que decir, en primer lugar y para situar a quienes leen esta crónica, que la corrida de Fuente Ymbro, propiedad de Ricardo Gallardo, no fue de las que van a aportar a tan buen ganadero. Seguramente le va a quitar. Fue un encierro que regaló muy poco. Los toros se movían, sí, pero con poca entrega, desclasados, con problemas para los toreros. No regalaban nada y exigían mucho.

Pero nuestro paisano levantó una tarde que iba cuesta abajo. Y lo hizo con la verdad por delante, la que da ponerse sin una duda ante un toro al que había que darle todas las ventajas y buscarle su fondo bueno. Y encontrarlo, que no era fácil, porque el toro, como todos sus hermanos anteriores, parecía que no iba a facilitar nada.

Fue ese sexto toro, junto al primero, uno de los que se dejó de un encierro complicado, pero tampoco fue como para tirar cohetes. Mas José Garrido, ambicioso, como debe ser, decidido, valiente, con la cabeza despejada y el corazón ardiente, con mucha soltura en sus muñecas, olvidándose de sí mismo y plantando cara al toro, desgranó una faena a más, con dos postreras series de naturales de soberbia ejecución. La verdad era que se ponía en el sitio, que se pasaba cerca al animal, que lo llevaba, que remataba y que le dejaba la muleta puesta en la cara. Oreja de peso, con petición de la segunda.

Antes tuvo un animal de agobiante y desclasada embestida. Un toro áspero, que se movía pero se quedaba corto. Fue un burel deslucido y engañoso, pues su movilidad tapaba sus complicaciones y lo muy poco a modo que era para el lucimiento. Lo mató con decoro José Garrido.

El resto de la corrida discurrió por las veredas de las complicaciones que ya hemos apuntado. Lo más decoroso lo hizo Daniel Luque. Primero ante un toro que desparramaba la vista y esperaba en banderillas. Fue un toro encastado, con mucho que torear, pero sin el premio que da la clase. Faena meritoria.

Toro feote el quinto, hecho cuesta arriba, al revés de lo que tiene ser. Reservón en el capote, sin emplearse en el caballo y orientado en banderillas. A su aire en el inicio de faena, firme Daniel Luque, lo llevaba con mimo. Faena larga por ambos pitones, por encima de un animal desclasado.

La disposición se la tuvo que dejar en el hotel Juan Bautista. Tuvo un primero, noble y repetidor, ante el que no se sintió el torero. Muchos pases del torero de Arles y pocos para el recuerdo. Fue un toro bastante potable.

El cuarto iba y venía pero le faltaba final. Le faltaba o faltaba que lo llevaran, que la cosa no estaba clara. Tarde nublada la del francés.

José Garrido, una vez más, ha dejado su impronta en una plaza de primera como es la de Valencia. Y la ha dejado con la verdad que da ponerse ante los toros sin guardarse nada y sí dándolo todo.