Además de con un manual de instrucciones, los niños deberían venir al mundo con una advertencia: «Mamá, sé que lo vas a hacer lo mejor que puedas, pero hagas lo que hagas te van a criticar». Las críticas, que conste, afectan también a los padres. Pero mayoritariamente las que tienen que lidiar con los reproches son las madres. La trinchera va mucho más allá de la liga de la teta frente a la liga del biberón. Y empieza desde el momento en el que das a luz.

Si optas por un parto más natural te llamarán <i>hippie</i>. Si tu decisión es seguir a pies juntillas lo que te digan los médicos te calificarán de infantilizada. Si no te separas de tu bebé serás una madre sobreprotectora. Si no le coges cada que vez llora serás una desapegada. Si en el parque no le quitas el ojo de encima te llamarán madre helicóptero. Serás una pasota en el que caso de que hagas lo contrario. Si tú misma haces croquetas en casa para cenar es que eres una antigua. Y si las compras congeladas, una posmoderna. Si solicitas una excedencia laboral, habrá quien diga que no eres una buena trabajadora y la empresa no debe tenerte mucha estima. Si trabajas en la oficina todas las horas del mundo serás una mala madre. Si te quejas de que no duermes y confiesas que la maternidad no te hace tan feliz como te habían prometido te acusarán de que, a estas alturas, ya deberías saber lo que implica una criatura. Si derrochas una pasión loca por tu hijo pensarán que no sabes hacer ninguna otra cosa en la vida más que ser madre. Si hablas en inglés a tus críos eres una pija. Y si lo haces en tu idioma, les estás robando oportunidades laborales. Hagas lo que hagas, te clavarán banderillas. Y lo más preocupante es que esos dardos no solo te los van a lanzar suegras convencidas de que en su época todo era mejor, sino otras madres, otras mujeres de tu generación que están pasando por lo mismo que tú pero tienen una opinión diferente. ¿Por qué el oficio de una madre es criticar a otra?

Lea Vélez es escritora, guionista y madre de dos niños de altas capacidades (superdotados). Está convencida de que las madres tienen un instinto natural de competitividad que les hace pensar que ellas son mejores que el resto. Y eso es algo que se puede demostrar en cualquier parque. ¿Hay alguna madre que no compare a su hijo con otros niños? El mío es más alto, más bueno, habla y camina mejor.

Vélez ha tenido que soportar gestos de «desprecio absoluto» cuando ha comentado que sus hijos son superdotados. «Me miran y piensan que qué me he creído». «La crianza de los hijos se convierte en un monotema, una obsesión. La maternidad es un escenario de poca relajación. Nos obsesionamos con que nuestros críos cumplan determinados requisitos, desde el percentil [sistema utilizado para medir la altura y el peso] hasta los pasos que tiene que ir dando: caminar, interactuar, dormir, comer», asegura la escritora madrileña, que este mes publica la novela Nuestra casa en el árbol.

Los niños, protagonistas

«Atacar a otras madres es una manera de defender tu manera de criar», afirma Vélez. En su opinión, se habla mucho de la maternidad cuando, en realidad, los verdaderos protagonistas deberían ser los niños. «Hablemos de cómo son ellos, cómo se comportan. Porque en función de eso así debería ser nuestra crianza. La revolución que está por venir debería ser la de los niños», concluye.

La sociedad presiona a las madres para que cumplan bien su papel. Y esa presión hace que se sientan criticadas cuando ven a otra madre que está criando a su hijo de manera diferente. Así lo afirma Armando Bastida, enfermero de Pediatría, padre de tres hijos y editor de la revista digital Bebés y más. Su experiencia, como padre y como profesional, le hace estar convencido de que las chispas entre madres (y entre padres) son inevitables. Cuando nació su primer hijo (un niño de alta demanda al que había que tener siempre en brazos) creó un grupo en Facebook llamado Yo también cago con mi hijo. Se supone que todos los miembros (unas 6.000 personas) estarían en la misma línea de crianza, pero terminaron tirándose los platos a la cabeza.

Conclusión: la guerra de la paternidad es inevitable y nuestra generación no va a acabar con ella, aunque Bastida confía en que la siguiente sí lo haga. De momento, el enfermero -una de las voces más sensatas en la jauría de la crianza- ofrece una solución para acabar con las críticas: «Que las madres dejen de tener complejo de culpa por todo. También es necesario conocer otras realidades, otras familias y ver que sus hijos son normales».

El boom de libros sobre maternidad (incluido el de Madres arrepentidas) no es «inocente ni gratuito», según la artista Ana Álvarez Errecalde, para quien las etiquetas que definen a las madres (sobreprotectora, mala, buena, helicóptero, antigua, apegada, desapegada) «solo beneficia al mercado, que así sabe qué vendernos». Errecalde -a la que algunos criticaron por fotografiarse junto a su hija recién nacida, con el cordón, la placenta y la sangre de por medio- cree que la maternidad está poco valorada en la sociedad y eso provoca que las madres se sientan muy solas y muy inseguras. «Cuanto más insegura estás, más necesidad tienes de reafirmarte criticando a los demás», analiza la artista argentina.

Errecalde parió a sus tres hijos en casa. En colaboración con la asociación El Parto es Nuestro fotografió a 30 mujeres que pasaron por la cesárea (incluida su madre). «Ver los cuerpos y sus cicatrices y contemplar los testimonios de estas mujeres es transformador. Las experiencias, cuando se comparten libres de juicio, son enormemente enriquecedoras», analiza la artista, para quien los grupos de apoyo a la crianza resultan fundamentales.

Maternidad a ciegas

De hecho, si en Occidente hubiera familias más grandes, donde los hermanos mayores se ocuparan de los pequeños, la paternidad no sería ese escenario donde uno aterriza sin tener ni idea. Sin embargo, la sociedad actual impone solo conocer a los bebés durante los pocos minutos que dura una visita, aunque sean nuestros sobrinos.

La trinchera de la maternidad tiene mucho que ver con el siglo en el que vivimos. Para Sergio del Molino, padre, periodista y escritor, las críticas a las madres se han dado siempre. «Nuestro sentido tribal nos hace preocuparnos no solo por nuestros hijos sino por los hijos de los demás y por eso opinamos de todo», destaca. El problema es que, con las redes sociales, ese reproche que antes era doméstico ahora es público. Del Molino tuvo una excelente acogida con La hora violeta, la apasionada carta de amor que escribió a su segundo hijo, fallecido a causa de la leucemia. Pero también hubo voces (marginales) que le acusaron de lucrarse con la muerte de su crío. Para el escritor y periodista (autor de La España vacía), la trinchera de la maternidad esconde el auténtico problema: la imposibilidad de conciliar la vida familiar con la laboral, algo en lo que está totalmente de acuerdo Armando Bastida: «Hablemos de lo que de verdad importa. Hablemos de por qué hemos asumido como normal unos horarios que no lo son en absoluto. Esa debería ser la única trinchera».