Como el que busca gangas en un mercadillo, José Mari López Tomás (Badajoz, 1963) busca lo mejor de lo mejor en todo el mundo para el El Bulli, para muchos el mejor restaurante del mundo. Este extremeño es el encargado de la logística de compras de ese templo gastronómico que Ferrán Adriá dirige en la cala Montjoi del pueblecito costero de Roses, en Girona.

José Mari López llegó a Cataluña como lo hicieron cientos de extremeños: de niño. Sus padres, originarios de Olivenza y Santa Marta de los Barros, abandonaron Extremadura "en busca de un futuro para sus hijos". Y en El Bulli aterrizó por casualidad en 1991. Antes de llegar al restaurante trabajaba en un bar de Roses que frecuentaban miembros del equipo de Adriá. Un día le ofrecieron empleo de camarero y así acabó en la cala Montjoi.

Dos años después, una enfermedad crónica le impidió seguir ejerciendo esta tarea y, "como un juego", empezó a encargarse del avituallamiento del local. Ahora es un histórico de El Bulli y todo lo que se compra allí es él quien lo selecciona: "Desde el tabaco hasta los cítricos que llegan de Japón o la liebre extremeña". El mismo hace la lista de la compra, y no es tarea fácil. "Es un restaurante muy especial". "Trabajamos con productos de todo el mundo y no solo buscamos la mejor calidad, sino que trabajamos mucho con pesos y medidas exactas"

Cuenta por ejemplo que se ha estado matando por encontrar cerezas que pesen exactamente 25 gramos cada pieza para unos bocaditos. No es temporada y este fruto ya escasea. Así es que llevaba una semana para comprar 100 cerezas. "A veces es toda una aventura encontrar lo que buscas, porque tienes que recorrer cientos de kilómetros". ¿Qué pasa si no lo encuentra? "Nada, se cambia el plato. Al final no supone un problema, pero lo ideal es encontrarlo".

Dos veces por semana baja con su furgoneta de Roses a Barcelona, a La Boquería, el mercado "soñado" por todos los cocineros del mundo. "Hay de todo y si no, te lo buscan". Muchos de sus productos, sin embargo, los compra directamente a través de proveedores autóctonos, como es el caso de la caza, la torta del Casar o las cerezas, los tres productos extremeños que están en la despensa de El Bulli.

De Extremadura tiene vagos recuerdos. Solo ha regresado una vez siendo aún muy niño y asegura que tiene "una asignatura pendiente". "Algún día quiero enseñársela a mis hijos". No en vano, cuenta con humor que en Cataluña es extremeño y ejerce de ello. Solo cuando está fuera es catalán.

El equipo de El Bulli es literalmente "una piña" y José Mari López está "orgulloso" de formar parte de él. Habla elogiosamente tanto de Adriá como de Juli Soler (el director) sobre todo porque "tuvieron mucha paciencia con mi enfermedad". Como en todo, hay una pega. El Bulli tiene una norma estricta de empresa: ningún trabajador puede comer en él. Así que José Mari López aún no ha podido sentarse a una de sus solicitadísimas mesas para degustar las creaciones que Adriá elabora con lo que él le surte. Reconoce con humor que su trabajo tiene algo de "masoquismo".