Me voy, al menos eso pretendo. Espero que cuando lean esto ya esté a punto de iniciar el viaje de vuelta, eso querrá decir que he pasado unos días con la mente en reposo y las terminaciones nerviosas en total quietud permitiendo que las conexiones entre mis maltrechas neuronas dejen de chisporrotear amenazando con electrocutarme el cerebro. No exagero ni una micra. Estoy, o estaba, que no sé en que tiempo me encuentro si en el que escribo o en el que leen ustedes, estoy o estaba decía, muy cansada. Soy analógica, como definía a la gente como yo el presidente Ibarra , analógica pero con voluntad de superar la barrera digital cada vez que el trabajo me enfrenta a un nuevo avance en el mundo de las comunicaciones. A la fuerza ahorcan y en esta ocasión casi he acabado con la lengua fuera y de un peligroso color azulado. Durante casi un mes me han estado alimentando el cerebro con más y más información sobre nuevos sistemas y aplicaciones que se ponían en marcha casi al mismo tiempo que me formaban. Con las conexiones neuronales a punto del colapso, hacía clic con el ratón, botón izquierdo - botón derecho, como si me moviera por un campo de minas, esperando que en cualquier momento todo estallara por haber situado el puntero en zona peligrosa y se me llevara las manos. Me cuentan que, cuando era pequeña, iba a casa doña María , una señora mayor que me iniciaba en el conocimiento de los números y las letras. De repente mi madre la veía salir de la habitación. "¿Se marcha ya doña María?", "sí", respondía la anciana profesora, "María Jesús se ha quitado los zapatos". Con esta acción ponía término a mi capacidad de aguante anunciando que estaba saturada. Ahora, casi 50 años después, con las neuronas en serio peligro de combustión y el cerebro atiborrado de nuevos conocimientos, he vuelto a quitarme los zapatos. Me voy.