TRteconozco mi ignorancia. Antes se elegía entre Griego y Arte y yo opté por lo primero, por lo que mis escasos conocimientos los he ido adquiriendo en libros, viajes, o por explicaciones ajenas, con regular acierto.

Hay mucha literatura sobre el tema, demasiada. Solo sé que hay obras que me conmueven, aunque se me escape qué quiso decir el autor o a qué corriente pertenecía y otras me parecen simplemente una tomadura de pelo. El problema es atreverse a decirlo, tener la mirada limpia de un niño, no contaminada por intereses comerciales o pseudocultos, aquello tan viejo de que el emperador va desnudo.

Me encantó el edificio del Gugenheim, por ejemplo, pero no algunas obras expuestas, como un trozo de fieltro rosa. Su título, fieltro rosa. Pues vale, será arte, pero me resulta una sandez, igual que hay una arquitectura moderna innovadora y fascinante y otra que está más bien al servicio de la fama del arquitecto que de la ciudad, y también hay exposiciones tan absurdas como un montaje con basura, barrido por una limpiadora del Reina Sofía, sin saber que estaba escribiendo la mejor crítica que he conocido nunca.

La misión del arte es provocar, mover las mentes y los corazones. Pero no toda provocación es arte, solo la que conmueve aunque no sea a través de la belleza. Admito tener la misma sensibilidad de un adoquín para estas cosas. No me gustan ni el fieltro rosa, ni ver vísceras de animales en los cuadros ni las heces enlatadas del propio artista. Lo siento. Me dejan helada. Al final va a resultar que ahora el arte, como dicen mis alumnos, lo que viene siendo helarte no es otra cosa que morirse de frío.