El puerto se aleja. Si ya me resultaba difícil imaginar el trabajo a los sesenta y cinco, imposible me parecen los sesenta y siete. Dicen que es para asegurar las pensiones, la mía incluida. Dentro de unos años seríamos muchos a sacar del fondo y pocos a reponer. En una población envejecida somos más los que aspiramos al dorado descanso y menos los que espiran a llenar la bolsa común con sus cotizaciones. Expuesto así parece difícil oponerse al aumento de la edad de jubilación, y casi me avergüenzo de sentirme desalentada cuando veo que pretenden alejarme la meta, pero ¿y la empresa? Mal debe ver un futuro lleno de sexagenarios ocupando las mesas de trabajo, cargados de antigüedad y achaques. Y qué decir de los jóvenes, impotentes, esperando que el cielo nos llame cuanto antes; inocentes buitres hambrientos con las alas extendidas y olisqueando el aire para abalanzarse sobre la herencia.

Ha dicho el presidente Vara que la esperanza de vida se ha alargado con respecto al momento en que la jubilación se estableció en los sesenta y cinco. Es decir, que como vivimos más debemos trabajar más años. No lo tengo tan claro. Conozco a mucha gente de mi edad, y más jóvenes, con problemas de espalda. El que no tiene fastidiadas las cervicales, tiene las lumbares o las dorsales. Será por las horas de ordenador o por lo que sea, pero así es. Y con los dolores vienen las bajas.

No sé cómo estaremos en el momento de disputar el sprint final, pero seguro que no para muchas carreras, y eso si llegamos, porque también puede ser que mientras seguimos avanzando la casquemos o nos despidan y, puesto que a esa edad ya no encontraremos trabajo, estaremos años sin cotizar y no podremos alcanzar el cien por cien de la jubilación.

Quizás también en eso han pensado.