TPtrueba de la nula atención que presto a eso que llaman fechas señaladas es la certeza de que no recordaría mi propio cumpleaños si no fuera porque nunca falta algún amigo o familiar que telefonea para felicitarme por haber desperdiciado un año más de vida.

No sé si lo mío es despiste o nihilismo, tal vez ambas cosas. El pasado 24 de diciembre, sin ir más lejos, volví a hacer una de las mías. En casa de mis padres es habitual en esta fecha entregar los regalos del amigo invisible. Hubo regalos para todos, excepto para una de mis hermanas- Lo confieso: ni por asomo se me había ocurrido echarme a la calle para comprarle algún detalle. Llegado el momento crucial recordé vagamente mis obligaciones. Resulta que había arrinconado el encargo en lo más recóndito de mi mente, algo que, pensaba inconscientemente, tendría que cumplir pasados algunos meses. Y todo porque, ay, yo había situado la Nochebuena en el 7 de julio, que, ahora que caigo, creo que es el día que empiezan las fiestas de San Fermín.

O sea que sin pretenderlo yo había cambiado las reglas del juego: el mayor interés no iba a estar ya en los regalos en sí, sino en quién se iba a quedar con las manos vacías.

Mi hermana Maite me pidió en compensación que le dedicara uno de mis textamentos, y para no olvidarlo esa misma noche pegué una lacónica nota en el teclado de mi ordenador: "Maite, artículo, miércoles, buscarle un título".

No tengo muy claro qué provecho sacará en aparecer en la esquina de prensa de un hermano al que se le olvida tan a menudo ejercer como tal, pero en cualquier caso aquí le dejo estas líneas de sincero arrepentimiento.