Me fascinaron las posibilidades. Reino Unido acababa de aprobar dos investigaciones con embriones híbridos para desarrollar nuevas terapias. Era el final de un largo proceso y quise saber más. Se trata de transferir ADN humano a un óvulo animal al que previamente se ha extraído el núcleo. El resultado es un embrión humano en un 99%. Se abre un esperanzador campo de investigación para generar tejidos y órganos, pero al margen del magnífico avance que supone en la búsqueda de nuevas terapias, me pareció que se prestaba a un inquietante argumento para la literatura fantástica. Me vino a la cabeza la película La Mosca de Kurt Neumann , filmada en blanco y negro y con un final que me quedó grabado: el insecto, con la cara aterrorizada del científico, atrapado en una tela de araña.

Busqué en internet. Según las leyes en vigor el embrión debe destruirse antes de los catorce días, cuando ya se ha obtenido una pelota de células en cuyo interior están las llamadas madre que servirán para la investigación, pero ¿qué pasaría si no se destruyera, si se dejara seguir creciendo? Todo lo que he encontrado son hipótesis. Es lógico que la ley, una vez conseguido el objetivo, obligue a su destrucción, pero mi mente se ha quedado prendida en las posibilidades que se abren para la fabulación. Veo un científico loco que guarda un embrión y resuelve los problemas de rechazo que provoca la implantación en un útero femenino optando por el crecimiento extracorpóreo, y me quedo fascinada con los seres que imagino entre los que no consigo apartar la cara de Andre , el científico atrapado en el cuerpo de una mosca.