TCtuentan las crónicas que en Alcuéscar vivía un señor apodado Tío Patatero que, en plena posguerra de hambruna, daba de merendar a su hija ricos flanes de huevo. Desde entonces, de los niños mimados se dice que se están criando como la hija del Tío Patatero.

Hace unos años, los hijos mimados eran minoría. Hoy, si hacemos caso a las conversaciones de autobús, cola de frutería y consultorio médico, Extremadura está inundada de hijos e hijas del Tío Patatero que comen no ya flanes, sino zumos, natillas, tocinillos de cielo y cuajadas Danone a todas horas, que entran y salen de casa cuando les peta, que visten lo que se les antoja y gastan lo que les viene en gana. Pero al igual que desconocemos cómo fue la madurez de la hija del Tío Patatero, tampoco sabemos cómo serán en el futuro estos consentidos pataterinos.

Los niños del hambre y la posguerra se convirtieron en mujeres y hombres recios, acostumbrados al sacrificio y al esfuerzo, que formaron familias numerosas. Los hijos de aquellas familias de cuatro o seis hermanos supieron pronto que nadie les iba a regalar nada y que si querían vivir a su gusto tenían que espabilar. Muchos se hicieron progres, tuvieron hijos y los educaron en la libertad hasta que Manuel Vicent escribió aquel artículo titulado No pongas tus sucias manos sobre Mozart y entendieron que estaban criando gamberros sin sensibilidad. Ahora, los hijos únicos de aquellos gamberros viven la regalada vida del Tío Patatero, pero no sabemos qué sucederá el día en que se acaben los flanes.