TSton hombres, son un poco caraduras y sus aficiones principales son el compadreo y el despotricar contra esto y aquello porque su máxima fundamental es que todo va mal. Llegan al banco y analizan el panorama. Observan la cola, formada por señoras discretas y caballeros correctos formando una fila perfectamente lineal y geométrica. Entonces se colocan los últimos, pero no detrás de una señora, sino a su lado. La dama en cuestión lo mira de reojo por si lo conociera, pero no lo ha visto en su vida. El hombre la está poniendo nerviosa porque no sabe si quiere colarse o qué pretende. Nuestro personaje comienza entonces un doble juego. Por un lado, empieza a poner a parir a todos los empleados de la entidad: al que está tras la cristalera por su lentitud, al que está tras la mesa por su indolencia, al director por su ineptitud... Y así todo. También critica a los clientes que van pasando por la ventanilla: éste es lento, aquél, un charlatán, el siguiente, un pesado, el otro, un liante...

Sin embargo, al tiempo que no deja títere con cabeza, no deja de mirar hacia los despachos y las mesas con insistencia. Busca la mirada cómplice de algún conocido, la llamada de algún bancario que lo salude y le permita convertir la cortesía en un pretexto para colarse. Pero no halla la complicidad ansiada y ya le toca a la señora que va con él en paralelo. Como el cliente anterior no acaba de marcharse, nuestro amigo amaga un acercamiento acosador, pero la señora lo para en seco: "Oiga, tranquilícese porque ahora voy yo". El hombre baja la cabeza y aguarda su turno. Hoy no ha podido colarse.