En una encuesta aparecida en la serie televisiva Los Serrano , se recogía que los hombres y las mujeres, en lo primero que se fijan es en el trasero de los otros hombres y de las otras mujeres. Movidos por tan científica demoscopia, nos trasladamos hasta el pueblo pacense de Zarza de Alange con el afán de certificar uno de los mitos populares de Extremadura.

En los más acreditados círculos regionales de voyeurs , mirones y observadores en general, se maneja desde tiempos inmemoriales la aseveración, casi dogmática, de que las cuestas empinadísimas y abuntantísimas de La Zarza han moldeado una especie casi mitológica que hubiera hecho las delicias de Arzallus en Euskadi y de Hitler en Alemania. A saber: el cuerpo extremeño perfecto.

Según los cánones raciales de este espécimen modélico, el extremeño fetén de La Zarza sería moreno o morena, de recias extremidades, de torso bien torneado y de espalda y culo convenientemente estilizados y depurados por el efecto de las cuestas. A partir de ahí, cualquier desviación canónica iría en detrimento de la pureza de la raza.

LA DEPENDIENTA SE AZORA "¿Paqui, usted cree que en La Zarza se dan los mejores cuerpos de Extremadura?". Iniciamos nuestro trabajo de campo en una peletería y Paqui es, naturalmente, la joven y estilizada dependienta de la tienda de pellejos, cueros, pieles, antes, napas y astracanes. Pero Paqui sonríe, se azora una pizca y acaba corroborando lo consabido: "Será por las cuestas".

A Zarza de Alange se la conoce en los contornos como La Zarza y con este nombre aparece en los paneles que anuncian los encantos del pueblo por las calles del propio pueblo. Debajo de uno de esos carteles acristalados, don Antonio fuma suave, aspira lento y parece sumirse en un trance nicotínico hasta que nuestra investigación lo sorprende con un planteamiento metafísico: "Buenas mozas y buenos mozos se ven en el pueblo, vaya que sí", aventuramos un anzuelo.

Y don Antonio pica y se explaya: "Y mejores que los hubo, que antes, como no había coches, la gente andaba más y no había gordos en el pueblo. ¡Ah!, y culos como los de aquí no los encontraba usted ni en Guareña ni en Oliva". Certifica don Antonio la pureza excelsa de la raza y un paseo por La Zarza corrobora su opinión y verifica el mito.

Pero a medida que subimos y bajamos, vamos descubriendo en esta calle y en aquella plaza peleterías y más peleterías, con lo que la curiosidad estética se ve acompañada por una curiosidad económica y social: ¿Cómo es posible que un pequeño pueblo apartado de las grandes carreteras se haya convertido en un emporio peletero de esta magnitud?

Volvemos a la tienda donde despacha Paqui y la muchacha se muestra más explícita con el tema pellejero que con la cuestión del homo extremeñus . "Es que desde muy antiguo, en Zarza de Alange había mucha gente dedicada a curtir pieles y pellejos". El comercio donde trabaja Paqui se llama Peletería Macías , pero es conocido como Casa Bernardi .

Y es la propia Bernardi quien aparece y narra la historia de la saga familiar de los Macías: "Nuestra peletería es la más antigua del pueblo porque ya lleva abierta 23 años. El negocio se remonta, al menos, tres generaciones atrás. Antiguamente, las pieles se compraban, se secaban, se estiraban, se conservaban con sal y se vendían a las fábricas. La gente venía desde Madrid y pedía: ´Quiero tantas pieles de zorro para hacerme un abrigo´. Se las llevaban y en Madrid les confeccionaban el abrigo".

Pasaba en Zarza de Alange lo mismo que en el resto de Extremadura: aquí se recogía y se vendía la materia prima y en otros lugares la elaboraban y se quedaban con el valor añadido. Hasta que los zarceños se plantaron, abrieron sus propias peleterías y se pusieron a elaborar en sus talleres abrigos, chaquetones y cazadoras. De eso no hace ni un cuarto de siglo, pero hoy ya hay cinco grandes peleterías en La Zarza y todas están muy bien puestas y muy bien surtidas.

En el pueblo viven directamente del negocio de la piel unas 40 personas. Sólo en Casa Bernardi hay diez empleados entre modistas y dependientas. Ahora, el proceso es menos complicado: los pellejos se compran en los mataderos y se conservan en cámaras frigoríficas. En el bolso de cada prenda, un documento certifica que las pieles provienen de animales sacrificados para el consumo humano. En fin, resulta sorprendente conocer La Zarza, el pueblo extremeño donde los mejores cuerpos son abrigados por las mejores pieles.