No siempre podemos cantar lo que es una tarde triunfal. Los toros, ese espectáculo sublime algunos días, otros están llenos de imponderables y, a pesar de las ansias de triunfo que generalmente asisten a los toreros, a veces se topan con una corrida que no les acompaña. Como sucedió ayer.

Y es que la corrida de Zalduendo -y por eso no nos aburrimos nunca en una plaza de toros-, estuvo llena de matices, aunque la inmensa mayoría fueron negativos. Fue de entrada muy desigual de presentación, de cuajo y hechuras sobre todo. Junto al bien hecho primero, y al bajo y bonito segundo, saltó al ruedo un muy terciado tercero. Después un bello ensabanado que hizo cuarto, un bastote y muy alto quinto, y un muy armado sexto, que no acababa de estar rematado por atrás.

Manso

Y sobre todo, donde falló el encierro de Fernando Domecq, fue en su comportamiento, en un tono general de ausencia de raza, que es sinónimo de falta de bravura, con algún astado con genio, como primero y sexto, abundando la falta de entrega, salvo por parte del muy manso pero bondadoso cuarto. Con ese ganado los toreros estuvieron muy por encima.

El toro que abrió plaza ya de salida demostró su aspereza, la que iría en aumento. Antonio Ferrera se mostró animoso con el capote y el animal apretó en el caballo, pero con la cara alta, como lo hacen los toros que después embisten defendiéndose. En el quite se lo pensaba, escarbaba y se quedaba corto, para resultar muy complicado de banderillear, porque no se arrancaba de frente y por derecho.

Llegó reservón a la muleta pero el diestro estaba dispuesto a hacer el esfuerzo. Y lo hizo buscando las vueltas al animal, que iba siempre con la cara descolocada en lo que era una embestida descompuesta. Corrió en algunos pasajes Ferrera muy bien la mano y sacó algunos muletazos cuyo mérito estuvo en que incluso llevó largo al toro, que terminó rajado.

El cuarto llamó la atención por su pelo ensabanado. Era acucharado de cuerna y era bonito. Ferrera salió a reventar la tarde al recibirlo con una larga cambiada de rodillas, para seguir con un tercio de banderillas muy espectacular.

El toro muy pronto se fue a tablas, y la clarividencia de Ferrera fue ver y comprobar que había que molestar lo mínimo al burel y torearlo a favor de querencia. Así lo hizo y consiguió series cortas, pues al astado no aguantaba más, pero muy meritorias por lo limpio de ellas. Resbaló una vez al entrar a matar, pinchó otra, para cobrar una estocada caída y pasear la única oreja de la tarde.

Morante tuvo dos toros malos de solemnidad. Su primero tuvo poco fuelle y recorrido, y sus embestidas eran cansinas y a media altura. Hubo algún detalle con el capote pero la faena no tuvo posibilidades de lucimiento.

El quinto era un astado que por sus hechuras ya cantaba que no iba a embestir. Y no lo hizo con clase, pues no humilló y no tuvo empuje. Morante se mostró voluntarioso y poco más pudo hacer.

A su aire

El muy chico astado que Miguel Angel Perea lidió en primer lugar, fue además manso y muy deslucido porque salía de los engaños a su aire, sin celo para seguirlos, queriendo desentenderse de ellos. Lo toreó Perera a pies juntos con el capote y después en un quite por tafalleras, con una gaaonera y la revolera. Fue ese un trasteo de poca emoción y lucimiento, porque no podía haber nada de ello.

El sexto era serio por delante pero ya el capote lo tomó con violencia. Era bruto en su embestida y cada más fue mostrando más genio. Borja Ruiz le dio un puyazo perfecto pero ni así tomó la tela por abajo, pues derrotaba en la muleta. Muy firme con él Perera, aguantó tarascadas y acortó distancias. Hubiera cortado una oreja si el toro no hubiera tardado en morir.