Parecía un sueño. La estación de metro de Sol es la más transitada de Madrid, y cada comienzo de cada día se encuentra repleta de usuarios que tropiezan entre sí y buscan hueco en los andenes y convoyes. Ayer, a las nueve de la mañana, estaba desierta, en silencio, rodeada de un halo de onírica irrealidad. Y, sin embargo, era cierto: era el 29 de junio del 2010, con una España en crisis, un Gobierno que pretende hacerle frente recortando el sueldo de los funcionarios, un Parlamento madrileño que ha copiado a su manera la medida y la aplica a sus empleados (la bajada es de un 5% de media), y unos trabajadores del suburbano que también imitaron a los funcionarios y se fueron de huelga. Solo que esta vez fue en serio y la vulneración de los servicios mínimos dejó a dos millones de personas sin metro.

El paro empezó el lunes y no tuvo grandes incidencias, pero ayer fue absoluto. También, en principio, lo será hoy. Todos los trenes estuvieron parados, afectando los desplazamientos de dos millones de personas que tuvieron que elegir entre unos autobuses que a partir de la cuarta o quinta parada de su recorrido ya no recogían viajeros porque no cabía nadie más; unos taxis caros y escasos, unas Cercanías que de poco sirven para desplazarse por el centro y unos coches particulares que en hora punta se desplazaban más despacio que los peatones.

EL FRUTERO BANGLADESHI Fokhruddin Chowdhury es frutero, bangladeshí y fan de la selección española. En su comercio tiene una pequeña televisión en la que disfruta de una película de Bollywood tras otra y no suele estar al tanto de las noticias de su país de residencia, así que ayer, jornada en el que se tomó el día libre para ver el partido entre Portugal y su equipo --"mi equipo", subrayó--, lo desconocía todo sobre el paro en el metro. Chowdhury, ataviado con una bandera rojigualda a modo de capa, quería desplazarse al mediodía desde Lavapiés, donde vive y trabaja, hasta Carabanchel, el barrio en el que varios compatriotas también ociosos le esperaban para ir calentando el choque. Bajó las escaleras del metro, intentó meter su billete y un vigilante detuvo su brazo y le dijo que había huelga. Chowdury no lo entendió. "A ver --insistió el agente privado, pronunciando con calma cada una de las sílabas--, que no hay metro en ningún lado".

Chowdury, con su capa española, fue a la parada de taxis de la plaza de Lavapiés. No había ninguno. Anduvo hasta una parada de autobús y vio cómo varios de los vehículos municipales no se detenían. Después de 50 minutos, pudo subirse a uno.

Por su familiaridad con el caos y lo poco que se jugaba en el desplazamiento, Chowdury lo vivió sin dramatismo. Los enfadados fueron los que llegaron tarde al trabajo; la Comunidad de Madrid, que anunció expedientes para los trabajadores y amenazó con llevar a los tribunales al secretario general del Sindicato de Conductores en Metro de Madrid, Vicente Rodríguez, por su frase "Madrid revienta"; el Gobierno, que dijo respetar el derecho de huelga pero insistió en que los servicios mínimos estaban para cumplirse, y los usuarios que por la tarde esperaron infructuosamente que se reabriese la línea 8 al aeropuerto.