El sínodo de los obispos de la Iglesia anglicana acaba de hacer públicas las nuevas normas para que los divorciados puedan volver a celebrar un matrimonio eclesiástico. Cuando se anunció la voluntad de cambio de la iglesia de Inglaterra, algunos aventuraron que los obispos estaban preparando una reforma a la medida del príncipe Carlos, para que pudiera casarse por la iglesia con Camilla Parker, tal como estaba obligado por su condición de futuro rey y, por tanto, próximo gobernador supremo de la Iglesia anglicana.

Pero los obispos han dictado unas normas que no sólo no benefician al príncipe Carlos, sino que le perjudican notablemente. El sínodo ha dicho, entre otras cosas, que los divorciados deberán demostrar que su nuevo matrimonio no será materia de escándalo ni suscitará comentarios "hostiles". Además de cuestiones relativas a la conciencia de los divorciados con respecto a las razones de la ruptura de su anterior matrimonio, una de las normas a cumplir es que la relación de los nuevos cónyuges no influyera o causara la ruptura del matrimonio anterior de uno de ellos, o de los de ambos.

Desde luego el matrimonio de Carlos y Camilla supondría un alud de comentarios públicos, hostiles o no y, por supuesto, será materia de escándalo. Pero si esa cuestión es discutible --ya se sabe que no existe una medida única para el escándalo-- no lo es el hecho de que la relación de Carlos y Camilla influyó en la ruptura de los matrimonios anteriores. Pruebas existen de que la pobre Diana compartió a su marido con Camilla y que ésta se divorcio del suyo, el coronel Parker-Bowles, cuando el príncipe de Gales se separó.