El pasado mes de mayo murió mi amigo Ignacio. La montaña, el frontón, las pistas de tenis, Plasencia... le están echando de menos. En cada lugar todos añoramos su presencia y todos, también, lamentamos, profundamente, su ausencia. Ahora que se acerca el día de la mítica Ruta de Carlos V , desde Tornavacas a Jarandilla de la Vera, siempre en el mes de noviembre, recuerdo aquella primera vez con el Grupo Placentino de Montaña, cuando fuimos treinta y pocos los que tuvimos el honor de iniciar aquella andadura espectacular por la Sierra de Tormantos, donde mi amigo Ignacio iba de escoba recogiendo a los que arrastrábamos los pies y diciéndonos, cada hora, que sólo faltaban diez minutos para llegar. Y al final nos había preparado, de premio, un chocolate en el monasterio y un diploma, escrito con su letra de dibujante, en recuerdo de semejante hazaña. Recordaré siempre su jovialidad, su amor a la naturaleza, el gusto de rodearse de gente para disfrutar de algo en común, la hospitalidad con que agasajaba a todo el que se acercaba a su casa, donde la puerta estaba abierta, pero abierta de verdad, sin cerrojo. Tuvo suerte, Ignacio, le tocó una mujer excepcional y cinco hijos estupendos. Todos deben de estar orgullosos y tristes al recordarle. Quedan los buenos momentos, y ahora le han hecho un homenaje en el frontón de Plasencia y le han puesto su nombre en una placa, en la pared del rebote. Lástima que no esté para verlo, le gustaría, seguro, pero estas cosas sólo llegan después, ya se sabe. Hemos disfrutado por ti, Ignacio, te hemos recordado sin tristeza, hablamos de lo mucho que te hemos querido, de lo bien que lo hemos pasado contigo, nos reímos y le dimos un beso muy grande a Yolanda pero, amigo Ignacio, te has ido antes de tiempo, nos quedaban muchos partidos que disputar, marchas a las que ir y muchas cosas de las que hablar. Te echamos de menos, amigo.

Teresa Carriedo Arroyo