En medio del océano Indico, en el archipiélago de las Seychelles, flota una isla paradisiaca llamada Arros. Con sus cocoteros y sus aguas turquesas protegidas por una barrera de coral. Una isla privada, refugio favorito de la mujer más rica de Francia, Liliane Bettencourt, heredera del imperio L´Oréal. Este trozo de tierra de un kilómetro y medio de longitud, totalmente oculto al fisco francés, es la punta del iceberg de la trama que empezó como una guerra familiar y fue creciendo en los tribunales hasta hacer temblar los cimientos de la República.

La historia reúne todos los ingredientes para construir una novelas de John Grisham. Un relato en el que acaban saliendo a la luz los intestinos del poder hasta alcanzar al propio jefe del Estado, Nicolas Sarkozy.

Pero empecemos por el principio. En el origen de todo se encuentran los celos feroces de una hija única, Françoise Bettencourt-Meyers; un dandi caradura, el fotógrafo François-Marie Banier (64 años), y una madre viuda, desconsolada y muy, pero que muy rica, Liliane Bettencourt (87 años), accionista mayoritaria de la industria de la belleza más floreciente del mundo y cuyo patrimonio asciende a 16.000 millones de euros, según la revista Forbes.

Un trío imposible

Françoise no tolera la creciente influencia de Banier sobre su madre. La heredera se deja obnubilar por este cortesano homosexual que en los años 70 se convirtió en fotógrafo de artistas y amigo de la jet, incluido Salvador Dalí durante sus estancias en el lujoso hotel Meurice de París.

La lleva al restaurante, sabe hacerla reír. Ella lo ve como un hombre "muy culto, inteligente, con una gran sensibilidad". Generosa, Liliane cede a los caprichos de su amigo. Un picasso por aquí, un mondrian por allá- Y entre obras de arte, propiedades y seguros de vida, Banier atesoró bienes valorados en 1.000 millones de euros.

A ojos del fotógrafo, una cantidad "insignificante" en comparación con la fortuna de Bettencourt. A ojos de Françoise, una estafa económica y, sobre todo, emocional.

Despechada por el ninguneo de su madre, esta mujer religiosa, en las antípodas de la mundanidad, considera a Banier responsable del distanciamiento con su progenitora. Esta ya no pasa las vacaciones con la familia en su finca de la costa bretona. Prefiere irse a Arros en su jet privado, para ver la puesta de sol tropical en compañía del hombre que la fascina.

A finales del 2007, la hija decide acudir a los tribunales. Demanda al fotógrafo por "abusar de la fragilidad" de Liliane, apoyándose en los problemas de salud de la octogenaria, muy sorda y, según algunos médicos, con indicios de senilidad. El objetivo es declararla incapaz de administrar su patrimonio. Françoise da el paso poco después de la muerte de su padre, André Bettencourt, amigo de Banier antes de que este entrara en el círculo íntimo de madame.

André encarna la unidad del clan durante los 50 años que duró su matrimonio con la heredera, un hombre que empezó a trabajar en L´Oréal a los 15 años pegando etiquetas y que desempeñó un papel esencial en la prosperidad de la empresa fundada por su suegro, Eugène Schueller, cuyo oscuro pasado añade pimienta a la trama.

Simpatías nazis

El patriarca de la saga de L´Oréal tenía un agudo sentido del márketing. En los años 30 comercializó el primer tinte de pelo. Después, coincidiendo con las primeras vacaciones pagadas de los franceses, inventó la crema solar, y, en los años 60, la laca Elnett, con la que todas las mujeres intentaban emular los moños de Brigitte Bardot. Pero durante la ocupación de Francia por parte de los nazis, mostró su cara más tenebrosa. Con la aprobación de la Gestapo, fundó el Movimiento Social Revolucionario. Su programa: "Construir la nueva Europa en cooperación con la Alemania nacional-socialista (...), regenerar racialmente Francia y a los franceses (...), y dar a los judíos un estatus severo que les impida polucionar nuestra raza". Tras la liberación de París por los aliados, la posición de Eugène Schueller era más que incómoda. De no haber sido por los contactos de su yerno, habría sido ajusticiado y condenado.

La trayectoria política de André Bettencourt no era mucho más gloriosa --durante la ocupación publicó artículos poco complacientes con los judíos--, pero sus amistades de infancia en el internado de los maristas de París jugaron un papel fundamental. Algunos tenían nombres como François Mitterrand, que supieron distanciarse a tiempo de Vichy y unirse a la resistencia. Los potentados de L´Oréal agradecieron su providencial intervención. Mitterrand, el que sería el primer presidente socialista de la V República, dirigió durante dos años una revista del grupo. Las relaciones de los Bettencourt con la política vienen, pues, de lejos. Se remontan a una época en la que mezclar los negocios con el poder legislativo no era motivo de sospecha. De hecho, André fue ministro en sucesivos gobiernos bajo la presidencia del héroe de la resistencia, el general Charles de Gaulle, y de Georges Pompidou. Una notoriedad pública que ha favorecido a los intereses de L´Oréal. En 1974, Pompidou apadrinó la entrada de capital suizo (Nestlé tiene el 26,6% del capital), para blindar a la empresa ante el riesgo de nacionalización si ganaba la izquierda.

"¿Le regalé una isla?"

Ahora, como consecuencia de la entrada en escena del mayordomo de Liliane Bettencourt, Pascal B., que grabó clandestinamente las reuniones de la heredera con sus colaboradores, lo que era un culebrón básicamente seguido por la prensa rosa ha saltado a las primeras páginas de todos los medios.

"No entiendo por qué me odia hasta este punto", lamenta Liliane en alusión a su hija. Una hija que no ha heredado ni la belleza ni el don de gentes de su madre y que ha elegido a un yerno poco glamuroso.

Nieto de un rabino deportado a Auschwitz --paradojas de la vida--, Jean-Pierre Meyers es sospechoso de haberse casado con Françoise por dinero. Pase lo que pase, ella recibirá la mitad de la fortuna.

Seguramente por encargo de Françoise y con la intención de demostrar la senilidad de su madre, el mayordomo se hizo con un material altamente sensible. En las cintas, Bettencourt habla sin tapujos con su gestor, Patrice de Maistre.

Al hilo de las conversaciones, aparecen las cuentas opacas en Suiza (con la discreta suma de 79 millones de euros), el patrimonio no declarado al fisco (ahí emerge la isla de Arros), la contratación por parte del gestor de la esposa del ministro de Trabajo, Eric Woerth (inicio de la ramificación política del caso), y el insaciable fotógrafo.

"¿Le he regalado una isla?", se interroga de repente la heredera. Efectivamente, la isla forma parte de una fundación ubicada en Liechtenstein de la que es beneficiario Banier. Los Bettencourt la compraron en 1975 al príncipe Chahram Pahlavi, hijo de la hermana gemela del sha de Irán, por 15 millones de euros. Solo el mantenimiento de este pedazo de tierra con tres viviendas y dependencias para los 17 miembros del servicio cuesta 1,5 millones de euros anuales.

Idas y venidas al Elíseo

De Maistre explica a la heredera que Banier se niega a pagar los gastos de Arros y que este se ha vuelto "demasiado exigente". El gestor habla también de idas y venidas al Elíseo, que sigue de cerca la querella familiar. Bettencourt ha pedido ayuda al presidente, al que conoce desde su época de alcalde de Neuilly, municipio pegado a París donde residen las grandes fortunas del país.

Esto era antes de que la excontable de Bettencourt, que dimitió en el 2008 por diferencias con de Maistre, soltara su bomba. Citada a declarar en el marco de la investigación, Claire Thibaut sacó a relucir la existencia de "sobres" destinados a financiar a destacados políticos. Concretamente, 150.000 euros entregados en el 2007 al tesorero del partido de Sarkozy, Eric Woerth, para financiar su campaña presidencial.

La ley limita a 7.500 euros las aportaciones a los partidos. En sus conversaciones privadas, Bettencourt ve natural ayudar a los políticos. "No es caro y lo aprecian".

El presidente francés no tiene que irse a la isla de Arros para pasar calor. A las temperaturas caniculares de este inicio de verano en París, se añade el bochorno del caso Bettencourt, convertido en asunto de Estado. Entre tanto, Liliane Bettencourt se pasea por su finca bretona, donde fue entrevistada por una estrella de la televisión francesa. A la pregunta de si entendía la incomprensión de la gente ante su generosidad con el fotógrafo, respondió: "Sí, lo entiendo. ¿Y qué?".