A primera vista, pasaría por el escondite de un psicópata de ‘CSI’. Así, de sopetón, se ve una mandíbula, unos huesos y un corazón. Tranquiliza ver al lado un busto de Tesla y un ejército de figuritas de plástico que daría para un par de remesas de ‘Toy story’. Esta es una guarida de impresión 3D. Lo más inquietante que hay hoy aquí está tomando forma en una de las impresoras: un consolador con la cabeza de Justin Bieber.

Lo llaman “el invento del milenio”. Ya se imprimen edificios, venas, ropa, comida, piezas de aviones, y sí, claro, por supuesto, también vibradores a medida. Las impresoras 3D vuelven a estar en las listas de tendencias del 2017. ¿Pero lo serán en Barcelona?

Hace cuatro años que aquí llaman “gurú” a Marc Torras, director de EntresD. Él se ríe con pudor. “Fuimos la primera empresa que vendió impresoras 3D de sobremesa en España”, se justifica. Hace cuatro años que se trajo 50 impresoras de China.

GUITARRAS IMPRESAS EN 3D

Paréntesis para neófitos: lo que hace una impresora 3D es depositar capas de material, una encima de otra, hasta completar un objeto. El material básico es el filamento de plástico. ¿Que para qué sirven? “Estas sirven para diseñar”, responde Marc. (Son para profesionales; a partir de 900 euros). “Antes, un prototipo te costaba 250 euros. Con la impresora te cuesta 3”. También sirven para poner cara de 'meme' de Rajoy. ¿Que han impreso qué? Hasta una guitarra eléctrica han llegado a imprimir en EntresD. Ya ni pestañean de más al sacar de una impresora una cabeza de Justin Bieber con un agujero para encajar un vibrador.

Cualquiera se puede descargar e imprimir este premio de consolación para ‘beliebers’ (como el cantante que clona, sirve más para escandalizar que para hacer disfrutar). Está en Thingiverse, una especie de Facebook de ‘makers’, un pozo sin fondo de diseños 3D. Este ‘Biebrador’ está en el top 10 de rarezas que ha encontrado María, la hermana de Marc. Ha visto -con sus gafas también impresas en 3D- piezas que pondrían los pelos de punta hasta a Pedro Piqueras. Escalofriante, tremendo, terrorífico. Una herramienta para amamantar para hombres, una cadena de váter con la cabeza de Trump, un ring para peleas de pulgares, un bozal con forma de pico… También se pueden descargar “piezas súper útiles”, añade María: recambios de Ikea, piezas de drones, de la GoPro, hasta prótesis de manos.

HAN CERRADO MUCHAS EMPRESAS

“Todo el mundo decía: ‘En cuatro días todos tendremos una impresora 3D en casa’ -recuerda Marc -. Las expectativas eran bestiales”. Pero el ‘boom’ se ha centrado en el sector industrial. Aquí el mercado -añade- crece poco a poco y han cerrado muchas empresas. “El número de fabricantes ha vuelto adonde estábamos al principio”. ¿Adónde irá el negocio? Al sector profesional, la educación y la medicina, augura Marc. “En coles hemos vendido la tira. Y nos acaba de comprar varias impresoras el Clínic”.

Con respecto a España, eso sí, Barcelona está “súper adelantada”, apuntan los hermanos Torras. “Es donde se hacen más cosas con impresión 3D”. Hasta una pareja se ha casado con una impresora al lado: imprimieron los anillos en lo que duraba la ceremonia.

En Barcelona se inventó Foodini, una impresora 3D de comida. Ya hay una en el restaurante Miramar, de Paco Pérez (en Llançà), y otra en Yours (Barcelona), detalla Emilio Sepúlveda, uno de los fundadores de la empresa ideóloga, Natural Machines. Cuesta unos 3.800 euros y tienen pedidos de más de 90 países.

Luego está toda la comunidad RepRap (impresoras 3D ‘low cost’ que te puedes construir tú mismo). Hay mil talleres. Los ‘makers’ ocasionales pueden tirar del FabCafe. Fue el primer café de Europa donde se podía imprimir en 3D. Lleva tres años. “Al principio venían muchos curiosos”, cuenta David, el encargado. Ahora el usuario es más profesional, añade. Vienen diseñadores e ingenieros a imprimir prototipos, aunque también manitas domésticos que buscan ahorrar con piezas de recambio manuales. Aquí se ha llegado a imprimir en 3D hasta un TAC.

También es posible hacerse un miniyo a lo ‘Austin Powers’ en el Gótic. En Labs 3D, desde 99 euros te hacen un clon de 13 centímetros. Pasas por un escáner 8-10 minutos y te entregan tu fotoescultura en 4 semanas. Viven de los turistas, reconoce Juliano Montoya. ¿Lo más raro que ha impreso? “Desnudos y gente que se ha puesto cuatro brazos”.