Conocí a don Manuel Martí Valverde por los años 50 y nuestra relación se debía a que era cliente de la hoy desaparecida Papelería López, donde yo trabajé. Desde el primer momento en el que le atendí surgió eso que vulgarmente llamamos química , o sea, entendimiento. Don Manuel era un hombre de una delicadeza y sensibilidad extraordinarias. Cualquier cosa que pretendiera adquirir, era solicitada por favor y jamás denoté en él un mal gesto. Al poco tiempo de conocerle pude apreciar hasta dónde llegaba su humanidad y servicio hacia los demás. Un domingo, me llama una de mis hermanas y me dice que su hijo, que en aquellos momentos debía de tener dos años, llevaba dos días llorando aquejado por una infección de oídos y como sabía que yo conocía a don Manuel, me pedía que viera si había una posibilidad de que nos atendiera. Dicho y hecho. Me presenté con mi sobrino en los brazos en la casa del doctor Martí Valverde y le pedí por favor que si nos podía atender. La respuesta del doctor fue afirmativa.

Le detectó una fuerte otitis que trató de inmediato, facilitándonos a su vez un fármaco para que cada seis horas pusiéramos una gotita del preparado en cada oído.

Una vez que nos atendió, le preguntamos cuánto teníamos que abonarle por su consulta y nos dijo que nada. Así era el doctor Martí Valverde. Queremos desde estas líneas resaltar el humanismo que este especialista en otorrinolaringología proyectaba hacia sus pacientes a los que siempre trató con diligencia y delicadeza.

Gracias don Manuel donde quiera que esté.

Fernando García Figueroa