El sacerdote, el hombre, mi hermano, ya no está entre nosotros, ahora tiene cosas más importantes que hacer con el Dios que un día le llamó en la tierra para ser su pastor, y que él sabía que en algún momento descansaría a su lado. Fue un buen sacerdote, amigo de sus amigos, coherente con la verdad que predicaba, siempre le ilusionó ayudar al que más necesitaba y desde luego intentó ser un buen cristiano.

Estoy seguro que, con su actitud correcta en la vida hubiese dado las gracias a todo el clero de Cáceres, no solo como compañeros y hermanos en Cristo sino también como amigos, él se sentía orgulloso de ese afecto que consideró un tesoro y procuró no defraudar, y en justa reciprocidad le contestaron viniendo no sólo de la nuestra sino además de otras provincias, la siembra había sido buena, pues germinó en compañía tanto en su final en la C. San Francisco, como en su último viaje, así como a todo el pueblo de Zarza la Mayor, que nos vio nacer, y que creció con él. Por eso yo, en su nombre, me permito tener ese honor y agradecer muy sinceramente tantas muestras de cariño a sus familiares que no eran sino reflejo y admiración del que sentían por él, como quedó patente en la homilía donde en esa magnífica misa concelebrada se ensalzaba su servicio al sacerdocio, su espíritu de entrega y hasta su faceta lírica que tantas veces en las bodas de plata de algún compañero, en las distintas celebraciones, o en su libro Retazus, hizo alabanza de nuestra querida Extremadura, ya que era para él otra forma de predicar el evangelio.

Manuel Núñez Andrade