Si hay algo que me cuesta es decidirme. Me falta esa firmeza de carácter que tienen muchos, esa rápida determinación por las cosas, ese saber elegir casi sin meditar- Soy un indeciso. Y es algo que me preocupa mucho, aunque no siempre, es cierto, porque hay veces en las que ser así tiene sus ventajas. Estos días estoy encantado cada vez que una duda me recuerda mi poca determinación. Y estoy contento porque en campaña electoral el mundo es de los que no nos decidimos. Nosotros somos los importantes, en los que se fijan los políticos, sobre los que se hacen encuestas, a los que se pregunta constantemente si ya han tomado una decisión... Porque el voto de los indecisos es, curiosamente, el que puede reafirmar, determinar o decidir quién se encargará de gobernar durante cuatro años. La vida, qué se le va a hacer, es bipolar. Con sus dos polos que se repelen. Se es de izquierdas o de derechas, bueno o malo, pequeño o grande, rico o pobre, de Cáceres o de Badajoz- Y a los indecisos todo esto nos duele. Somos los desheredados de un mundo en el que los demás parecen tenerlo todo muy claro, como refleja una encuesta del Gabinete de Análisis Demoscópico, en la que se asegura que los votantes de izquierda prefieren a las morenas, mientras que los de derecha se decantan por las rubias, que la cerveza engancha a la izquierda y la derecha consume más vino, que los socialistas son más de prensa gratuita y los populares prefieren los periódicos económicos, que los bikinis y los hombres depilados triunfan entre las votantes del PSOE y los bañadores de toda la vida y los tipos con pelo en pecho hacen las delicias de las féminas del PP- No sé qué pensar, qué quieren que les diga, soy un indeciso. Pero un indeciso en plena campaña electoral, ¡ojo!