Adentrarse en Padang, ciudad de la isla indonesia de Sumatra, era sumirse ayer en el caos más absoluto. Sacudida el miércoles por un devastador terremoto, los gritos de auxilio procedentes de las montañas de escombros se alternaban con la congoja de los supervivientes, que acampaban en espacios abiertos aterrorizados por la posibilidad de réplicas. Las carreteras se bloquearon por el masivo intento de huida a la desesperada mientras la falta de electricidad, agua y comida atenazaba a los que optaron por quedarse. Las bolsas con restos mortales empezaban a amontonarse en las puertas de los hospitales.

En medio de este dantesco escenario, la cifra de víctimas mortales cambiaba, al alza, por minutos. Si el centro de crisis del Ministerio de Sanidad daba ayer la cifra oficial de 1.100 muertos y 2.400 heridos, la titular del ministerio alertaba solo un poco más tarde de que las víctimas mortales se contarán por "miles". El ministro de Bienestar Social no dudó en equiparar el desastre con el del gran terremoto del 2006 en la isla indonesia de Java, con 6.000 muertos. Escenas similares se repitieron ayer en Pariaman que, junto a Padang, son las ciudades de Sumatra más afectadas por el seísmo.

La esperanza de rescatar a personas con vida depende de la rapidez con que se lleven a cabo las labores de rescate, en general manuales y, por lo tanto, más lentas y costosas. Todos los medios estatales, desde el equipo de respuesta rápida de gestión de desastres pasando por el Ejército y la Policía, hasta personal sanitario y oenegés, están volcados en las labores de desescombro y de ayuda humanitaria en la zona. El epicentro de la catástrofe natural fue visitado ayer por el presidente de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono, que ya destinó el equivalente a 17,8 millones de euros en ayudas directas a los damnificados.

EN EL ´CINTURON DE FUEGO´ A pesar de que los habitantes de Sumatra saben que están asentados en el cinturón de fuego del Pacífico , una de las fallas con más actividad sísmica del mundo, muchos coincidían ayer al afirmar que no habían vivido antes una experiencia igual. "He visto la carretera moverse arriba y abajo como si fuera una ola", relataba Anas Taylor, de 54 años, en Padang. Patrick Werner, un turista alemán de 28 años, relataba una escena en la playa: "Vimos grietas en la arena y el agua salía de la tierra".

Sin salir del Sureste Asiático, pero a 10.000 kilómetros de distancia, los equipos de rescate también trabajaban en los archipiélagos de Samoa y Tonga, azotados el lunes por un tsunami, solo 24 horas antes del terremoto de Indonesia. Una distancia suficiente con respecto a Indonesia para que los expertos crean "imposible" la relación entre ambos fenómenos.

A medida que se remueve el lodo y los amasijos de hierros, crece el número de víctimas mortales, que ayer ascendía a más de 150 aunque con la certeza de que aumentará en los próximos días. Sobre todo a medida que se accede a la isla de Upolu, en la Samoa Occidental, donde las olas se tragaron, literalmente, las 70 aldeas y diversos complejos hoteleros.