Hace sólo una semana, unos turistas españoles se encontraron caminando por el hall de un hotel neoyorquino detrás de una pareja que hablaba castellano y que alguien identificó con los duques de Lugo. Una de las turistas, sin embargo, sostenía que el caballero que tenían delante no podía ser Jaime de Marichalar porque caminaba sin arrastrar la pierna. Pero sí lo era, ya que el duque de Lugo ha experimentado una evidente mejoría de las secuelas de su derrame cerebral, tras someterse desde hace diez semanas a unos ejercicios de rehabilitación intensos que sigue en el hospital Mount Sinai de Nueva York, bajo la supervisión de Valentí Fuster.

El objetivo de que el duque de Lugo recupere la máxima movilidad posible en el brazo y la pierna afectados aún no ha sido alcanzado, pero con la estancia en Nueva York, lo que sí se ha logrado es que Jaime de Marichalar se apartara del mundanal ruido y sobre todo del grupo de personas de Madrid que, con la excusa de animarlo en su convalecencia, le llevaron de feria en feria como a los caballitos.

Alguien, probablemente el padre de Elena de Borbón, aconsejó con buen criterio que el duque de Lugo se trasladara a una ciudad suficientemente alejada de la corte de aduladores para facilitar que se centrara en una rehabilitación que le supone seis horas de tratamiento diario. Todo tiene su proceso y a cada uno de los miembros de la familia Marichalar, niños incluidos, le ha costado idas y venidas ubicarse. Hoy viernes, la infanta Elena y sus hijos Froilán y Victoria viajan de nuevo a Nueva York con la idea de acompañar al duque, al menos, hasta el verano.