Rara vez vemos una película con ojos generosos cuando previamente hemos leído la obra en la que está basada. Más bien acudimos a ella con espíritu censor: después de dedicar tantas horas a una novela (el género literario por excelencia en que se inspiran las películas), nos creemos con el derecho de exigir que la versión cinematográfica no difiera un ápice de la literaria. Como si el espectador fuera un amante despechado, la palabra más gastada en sus labios es "infidelidad". Es lógico pedir cierta homogeneidad entre ambas versiones, lo contrario podría despistar. A nadie, valga el ejemplo, le agradaría enterarse una vez llega a Nueva York de que la impactante Estatua de la Libertad cabe en un bolsillo. No obstante, a veces se cae en el exceso y pretendemos que la literatura y el cine sean meros objetos reflejados en un espejo. Creo que deberíamos juzgar una película no por lo que mantiene de parecido con determinada obra literaria sino con lo que mantiene de parecido con el buen cine.

Hacer una película basada en una novela es muchas veces jugarse el tipo. Niels Arden Oplen , director de la película Millenium , basada en la exitosa novela Los hombres que no amaban a las mujeres , no se ha librado de las críticas. Faltaría más. Muchos espectadores lo tachan de haber traicionado el texto original. Es precisamente por eso por lo que me ha gustado tanto la película: porque ha sabido traicionar (mejorándolo) el tono, los diálogos y ciertos puntos negros de la novela de Stieg Larsson hasta conseguir un silencioso thriller sueco de autor. Eso me demuestra que la infidelidad, en el arte, no siempre es pecado.