TEtl lunes había un periódico que resumía los resultados de las elecciones europeas diciendo que el PP era inmune a la corrupción. Algo parecido titularon otros diarios en 1993, cuando Felipe González volvió a sacarle 18 escaños a Aznar a pesar de Filesa y otros casos similares a los que hoy nos llegan desde Madrid o Valencia. Hay quienes dicen que los políticos son todos unos corruptos y se equivocan: los hay honrados y trabajadores como en el resto de profesiones y actividades, en las que también hay personajes sin escrúpulos. Ahora hay quien se atreve a decir que los electores de derechas perdonan las corruptelas mientras que los de izquierdas son demasiado escrupulosos e implacables con los suyos. Yo no me atrevo a afirmarlo. Tampoco soy capaz de explicarme lo de Italia, aunque Roberto Saviano y su libro son una gran ayuda. Luego me he puesto a recordar que todos conocemos a alguien que ha mentido para que su hijo entre en un colegio, que ha enchufado a alguien, que ha sido recomendado por un buen padrino, que se jacta de tener buenos contactos para saltarse listas de espera y que justifica que existan prebendas como si fuesen elementos inevitables del día a día. Y entonces he llegado a la conclusión de que la política es el reflejo de lo que tenemos en la sociedad, y que no es que hoy el PP sea inmune a la corrupción, sino que buena parte de la ciudadanía no considera reprochables unos comportamientos y unas actitudes que, si estuvieran en su mano, repetiría sin ningún reparo. La capacidad criticona de los españoles está fuera de dudas: nos falta el sentido crítico y, sobre todo, el autocrítico.