Un viento de nueve nudos (17 kilómetros por hora) es apenas una brisa un poco fuerte en una playa, pero si sopla de cola en una pista de despegue es una factor temible. Solo un pequeño aumento hasta diez nudos obligaría a suspender la maniobra. Cuando el avión de Spanair que se dirigía a Canarias se estrelló en Barajas soplaba a esa intensidad límite y, según los expertos consultados, este pudo ser un factor que contribuyera a alargar la carrera del avión por la pista y agravara los efectos de la avería o el fallo humano que hizo caer al aparato.

El dato lo reveló ayer el piloto de Spanair Alfonso de Federico en respuesta a una de las preguntas formuladas por los familiares de las víctimas. Estos querían saber por qué el piloto había apurado el despegue hasta el final de la pista y el comandante les respondió que era lógico dadas las condiciones de carga, temperatura exterior, altitud y el viento de cola de nudos. Su opinión contrasta, sin embargo, con la facilitada por fuentes del Gobierno y por la mayoría de expertos. Ambos coinciden en que, sean cuales sean las condiciones externas, un avión mediano como el MD-82 no necesita llegar hasta el final de una de las pistas más largas de Europa si no sufre algún tipo de anomalía.

El subdirector de Spanair, Javier Mendoza, también desvaneció las dudas de Spanair sobre su confusa versión inicial de la avería que obligó a abortar el primer despegue del MD-82. Mendoza precisó que el piloto había detectado que no funcionaba "el calentador de la sonda termómetro que mide la temperatura exterior del aparato".

El calentador es el aparato que se activa si hay riesgo de que esa sonda o termómetro se hiele pero en un vuelo a Canarias en pleno verano este peligro es inexistente y, por tanto, los técnicos desconectaron el calentador para que el piloto que avisa de su mal funcionamiento se apagara y autorizaron el vuelo.