José Blanco sigue dando una de cal y otra de arena. Días después de alzarse como un jabato contra las avasalladoras pretensiones de los controladores aéreos, ha vuelto a las andadas tratando de dibujar la cuadratura del círculo. El ministro ha dicho durante una rueda de prensa que "la instalación de los escáneres en los aeropuertos va a ser inevitable, donde se garantice con toda claridad la intimidad de la gente". Si pretendía llamarnos idiotas con su farragoso castellano, le felicito: lo ha conseguido. Imitando el hilo de su discurso, ¿deberíamos contratar a un guardia de seguridad con dóberman incluido para que nos acompañen en nuestras visitas al baño y se ocupen así de que nadie pueda agredir nuestra intimidad?

Si la instalación de estas máquinas tiene como objetivo reducir las ofensivas del terrorismo internacional, hemos de rendirnos a la evidencia y reconocer que este ya nos ha ganado la partida. Pero, mirándolo en positivo, quizá Al Qaeda renuncie a perpetrar atentados en los aviones con los que someternos a su terror: ya nos hemos encargado nosotros mismos de comprar, instalar y gestionar estos dichosos escáneres que van a airear nuestros miedos y nuestros testículos. ¿Para qué querrían los terroristas tumbar más torres de 400 metros si pueden tumbar otras torres mucho más altas: las de la autoestima del mundo --pomposamente llamado-- libre? Y todo ello sin mover un dedo. Vamos camino de sustituir el sentimiento de terror por el de autoterror.

Presumo que Bin Laden nunca soñó en llegar tan lejos en su aspiración de lesionar a Occidente. Nos ha dejado en bragas, y también en calzoncillos.