TLtlega la primavera, asoma su nariz el calor y el nuevo rico extremeño saca su manguera o conecta su riego por aspersión y empieza a regar el césped del jardín de su adosado... Su césped, el más verde, el más mullido, el más inglés... El abuelo vendió a un anticuario los muebles de cerezo porque estaban viejos y compró unas sillas y un armario de formica que fueron el orgullo de la familia allá por los 70. Ahora el nieto sigue sus pasos, se olvida de los jardines autóctonos, del patio del pueblo donde jugaba de niño y se transmuta: pasa de ser un extremeño cabal y coherente con su patio de gravilla, losa, pizarra o piedra y sus plantas autóctonas a convertirse en un sofisticado gentleman de cottage , en un primoroso floricultor holandés, en un feliz vaquero normando con alfombra verde a sus pies y floripondios ajenos y lejanos en los arriates.

En estos tiempos de adosados extremeños con césped reconforta viajar a Portugal para comprobar cómo allí sí mantienen una coherencia árabe, mediterránea y meridional. Los portugueses saben que el césped no es lo nuestro, que la mitad del agua del riego por aspersión se evapora y obran en consecuencia: sus jardines están imbricados en el medio ambiente como lo estaba el patio extremeño del abuelo y no lo está nuestro jardín de nuevo rico. Ellos siguen apostando por plantar, entre losas, baldosas y gravilla, árboles, arbustos y flores resistentes al clima alentejano y extremeño: higueras, limoneros, geranios, rosales, alhelíes, jazmines, albahaca... Es el jardín del sur, el nuestro.

*Periodista