TAtunque el escritor precisa tener cierta edad para escribir con soltura y profundidad, en la historia de la música abundan los niños prodigio que ya hacían sus pinitos cuando sus compañeros de colegio apenas habían aprendido a atarse los cordones de los zapatos. Sea porque tuvieron la suerte de nacer en una familia de músicos o porque sus padres contrataron los servicios de un profesor de música, cuando estos retoños quisieron darse cuenta de sus aptitudes ya estaban subidos a un escenario. Partiendo del conocido caso de Amadeus Mozart , que dio su primer concierto a los cinco años, podemos citar ejemplos similares en el mundo del jazz. Ahí está uno de sus primeros solistas, el clarinetista Sidney Bechet , que a los ocho años ya tocaba en la Orquesta Olimpia de Freddie Keppard. O el que sería un gran saxofonista, Lester Young , que, siendo un niño, tocaba la batería en la orquesta de su padre, con la que recorría los Estados del Sur. A Jim Blanton le dio tiempo en sus 21 años de vida a revolucionar la técnica del contrabajo, y otros como Dexter Gordon, Max Roach o Lennie Tristano ya eran famosos a los dieciséis.

Terry Lyne Carrington participó, con tan solo cinco años, en el disco Volunteered Slavery del multiinstrumentista Roland Kirk . Su caso es inverso al de Young: el primer instrumento de Terry fue el saxofón, pero tuvo que dejarlo porque se le caían los incisivos de leche. Entonces, a los siete, se pasó a la batería, y a los once ya actuaba con gente como Oscar Peterson o Dizzy Gillesie .

]Vaya mi admiración y envidia hacia estos niños a quienes les brotó antes el genio musical que la dentadura.