El pasado martes escuché a Pérez Reverte en una entrevista en la radio asegurar que los males de nuestra sociedad se deben a que no tuvimos guillotina como los franceses. Yo creo que el origen de todo fue más simple y no tuvo ninguna relación con el cuello, sino con los pies. Hasta el año 1800, los zapatos para el pie izquierdo y derecho siempre fueron iguales, pero a partir de esa fecha se empezaron a introducir diferencias. Ahí perdimos la inocencia. Desde aquello siempre hay un zapato que nos aprieta más o que, por el contrario, ajusta mejor que el otro. O dicho en otras palabras, desde entonces las cosas de la derecha no encajan en la izquierda y molestan y las cosas de la izquierda no suelen quedar bien en la derecha y hacen daño. En Extremadura no tuvimos revolución industrial, pero tampoco tuvimos suerte, porque, igualmente, nos jodieron por los pies (y con calzador). Lo que quiero decir con todo esto es que cuando a uno le hacen daño los zapatos termina culpando a una extremidad y los cabreos por culpa de los pies pueden desembocar en cosas peores. Estoy convencido de que los nacionalismos, por poner un ejemplo, fueron un mal paso de alguien que se había equivocado de zapato. Pero lo peor es que en esto del calzado parece que ya no hay vuelta atrás. No se puede rectificar. Ahora los políticos andan enfrascados en vendernos los zapatos con los que tenemos que andar los próximos cuatro años y maldiciendo el daño que nos está haciendo el calzado del pie contrario. Pues yo lo que quiero no es un zapato nuevo, lo que necesito es un buen podólogo que me arregle el desaguisado que me ocasionó un tipo que en 1800 decidió que mi pie derecho no tenía nada que ver con el izquierdo.