Si no fuera por las limitaciones de espacio que impone la crónica periodística, con lo visto ayer bien se podía escribir un tratado acerca de la tauromaquia de José Tomás. El gran torero explicó a las claras el misterio que encierra el toreo: un arte que escenifica, al menos en los dos toros que él mata cada tarde, el triunfo de la vida sobre la muerte.

Porque José Tomás arriesga su vida sin trampa ni cartón. Confía en su técnica magnífica pero oculta. Y a partir de ahí es capaz de hacer un toreo casi siempre bello, y a veces trágico.

Como sucedió ayer, que en su primero nos conmovió con la suavidad, con el aguante y con lo cerca que se pasó a aquel buen toro, y ante el quinto se ofertó, para mayor grandeza del toreo, ante un Barrabás que le acechaba en cada muletazo, sin una duda, impávido, en una faena que se vivió entre sobresaltos, con una gran intensidad.

Ganando terreno

Todo lo de José Tomás no tuvo desperdicio: los recibos capoteros, en su primero a la verónica ganando terreno, que culminó con chicuelitas en el tercio; el quite a ese toro con ajustadísimas gaoneras; o ante el quinto, también con verónicas cadenciosas. La faena a ese segundo tuvo magia desde su comienzo, cuando iba a brindar en los medios y se le arrancó el animal. No se inmutó, y sin soltar la montera le recibió por estatuarios. Después siguió en redondo con lo diestra, para subir el trasteo de tono al natural.

Ahí mostró José Tomás que como citaba muy cruzado, el pase le salía hacia fuera, con lo que en el segundo de la serie no arrebataba. Pero ya un punto al hilo, el tercero, el cuarto y el quinto, le salían inmensos.

Bellísimos los remates, como el molinete, y espléndidos los muletazos cambiados al final de la faena. Y cumbres las manoletinas finales. Después llegó el delirio.

A la enfermería

El quinto tuvo un genio tremendo. Era toro para cortar por lo sano. Pero no para José Tomás. Se puso por el pitón izquierdo para aguantar tornillazos y coladas, hasta que le cogió. Por el derecho parecía estar peor, y así era al principio, aunque el madrileño fue capaz de sacarle una tanda cadenciosa por abajo.

A regañadientes y muy incierto, el cuvillo se fue tragando los pases, midiendo al torero. En un descuido lo enganchó. Estaba herido, con un boquete visible en el cuello. Pero aguantó, lo mató y cogió la oreja para, por su pie, ir a la enfermería en medio de un clamor.

Lo demás tuvo muy poca historia. Padilla desperdició al buen cuarto y no tuvo opciones ante el soso primero. Y Caro Gil está muy nuevo, como demostró ante el bravo sexto, aunque estuvo decoroso con el tercero, un toro de acusada querencia a tablas.