Ni en un templo budista ni en las obras completas de Paulo Coelho. Joselito (Beas del Segura, 1947) encontró la iluminación entre rejas, mientras cumplía una condena de cinco años --de 1991 a 1996-- por tráfico de drogas. "La cárcel es lo mejor que me ha pasado en la vida. Allí curé mi adicción a la cocaína y aprendí a conformarme", afirma el que fuera niño prodigio del cine español (en la foto superior, en la actualidad, y en las inferiores en su infancia y juventud) desde su casa de Utiel (Valencia).

Sus 14 películas recaudaron miles de millones de pesetas en los 60. Unos años en los que Joselito conoció la gloria; cantó para Fidel Castro y el Che en La Habana; y manejó automóviles de lujo sin tener aún barba que afeitarse. Nada de eso, sin embargo, le dio la felicidad. Ahora, explica cómo su desdicha le condujo a un calabozo en Angola; a la adicción a la cocaína; y a la cárcel, en La jaula del ruiseñor (Martínez Roca), un libro de memorias que acaba de ver la luz. "He intentado contar mi vida sin morbo. No desvelo, por ejemplo, con cuántas mujeres famosas me he acostado", dice el cantante.

En sus memorias, divididas en cuatro capítulos --Miseria, Gloria, Decadencia y Renacimiento --, el Pequeño ruiseñor afirma que acusó la punzada de la insatisfacción a lo largo de su vida hasta que ingresó en prisión. La detención de Joselito con 85 gramos de cocaína --56, según el cantante--, devolvió, a su pesar, su nombre a las portadas de los diarios. De aliviar las penurias del público durante la dictadura había pasado a atentar contra la salud pública en democracia.

UN ADULTO SIN CRITERIO

"Llegué a adulto sin tener criterio ni personalidad --reconoce--. Mis apoderados manejaron mi carrera y mis ingresos, y cuando la gallina de los huevos de oro se secó, dejé de interesarles". Cuando los arrullos del ruiseñor ya no entusiasmaron a la plateas, Joselito se sumió en un constante desánimo. Arruinado --"ningún tribunal de menores veló por mis intereses, y me quedé sin nada"-- y desmoralizado se fue a Angola a la caza de la felicidad.

"La prensa publicó entonces que había ido como mercenario de la guerrilla. ¿Con mi estatura?", zanja. "Esa búsqueda me hizo cometer muchas gilipolleces --sentencia--, y al final, no encontré más que problemas". José Jiménez Fernández, tal y como reza su DNI, estuvo en Africa "organizando safaris de caza y no como mercenario de la guerrilla".

La aventura africana del ruiseñor acabó con una estancia de 15 días en un calabozo inmundo, sin luz y casi sin comida. "Transporté en mi coche a un guerrillero y me pillaron", dice. Pero aquella experiencia no fue la última que tuvo como ave enjaulada. A su regreso a España, Joselito invirtió en un negocio de hostelería. "Allí conocí la cocaína --dice--, la única droga que he consumido". Afirma que, en la cárcel, resurgió. "Supongo que otros presos no estarán de acuerdo conmigo, pero cuando estás perdido se puede sacar algo bueno de la cárcel." Para él, la iluminación es asumir la realidad. "Sí, soy todo lo feliz que se puede ser, pero me resigno", concluye.