TCtorría el mes de mayo de 1987, en un Cáceres todavía sin asfaltar ni educar del todo; yo contaba 21 bisoños años, recién licenciado, recién colegiado en el Ilustre Colegio de Abogados de Cáceres, cuando Jaime Velázquez Garcia me acogió, amablemente, en su viejo despacho de Virgen de la Montaña 8. El tenía 45 años, y me abrió los ojos a la abogacía.

Fue seguramente mi madre quien le pidió aquel favor. Mi padre, del que fue amigo, había muerto en 1986, yo tenía la cabeza llena de confusos ideales y toda la ignorancia sobre la práctica del derecho. Bueno y, al margen de eso, mujer y un hijo recién nacido.

Jaime, ya entonces padre de ocho hijos, todos, por cierto, hoy universitarios, era de Valladolid. Castellano antiguo, sobrio, elegante, inteligente, y algo que pocos saben, extremadamente delicado y cariñoso con los que le rodeaban, tanto en su intimidad familiar como en su trabajo, aunque su carácter y su orgullo también le granjearon algún que otro enemigo. Franco no quiso que fuera gobernador civil porque tan solo contaba 25 años de edad, le pareció que alguien tan joven, aunque fuera brillante miembro de la élite de los técnicos de la Administración, no podía ostentar este cargo sin que algo fallara. Se equivocó, desde luego.

De los 365 días del año Jaime trabajaba 360 y se iba cinco días a Xanjenjo, donde seguía leyendo textos, esa vez literarios. No sé si alimentar ocho bocas y ocho carreras y dos cocineras era la razón, pero si alguien ha dedicado su vida al trabajo, y ha sacrificado el 90% de su tiempo para esta profesión, es Jaime Velázquez.

XMI GRAN SUERTEx fue empezar a tramitar recursos de amparo ante el Tribunal Constitucional antes que juicios de faltas. Suplicaciones ante el Tribunal Central de Trabajo antes que simples reclamaciones de cantidad en Magistratura. Recursos de casación ante la sala primera en vez de papeletas verbales. Es como si a un chaval de la cantera, con 21 años, lo ponen a jugar la Champions League con el primer equipo del Madrid. Vamos, que vi naves ardiendo más allá de Orión cuando otros solo miraban maquetas jurídicas de vuelo. Pero lo que allí vi, aprendí, y sobre todo, intuí, han marcado gran parte de mi carrera profesional, y creo que soy abogado gracias a aquellos inicios, gracias a aquel estilo universitario y a aquella impronta tan audaz para intuir el Derecho, para pensar en los problemas de otros y hablar, pedir, litigar por otros.

Muchos años después, casi veinticinco, una de sus hijas, Lorena, fue a parar a una de mis clases de la Facultad de Derecho, precisamente la de práctica jurídica, y, para hacerla rabiar, eso sí, con cariño, le dije que los genios saltan una generación, que no podía aspirar a ser como su padre. Cuando lo contó en casa Jaime le dijo ... ¡ y tú, le habrás dicho algo, te habras defendido, ... no ..!

Poco antes de su muerte quise hablar con él, ya no podía. Manuscribí entonces unas líneas que no voy a desvelar y le envié una de mis fotos de graduación, que data de 1986, para que recordara a quien había enseñado, casi sin querer, al último pasante del siglo XX . Para dar ánimos al genio, para, supongo, despedirme de él con el respeto y el cariño que merece el amigo y tutor y del que me acuerdo, cuando me siento ante mi estudio y desvío la vista hacia las tapas rojas, en rústica, del Broca-Majada , o las negras del Casals Coll de Carrera , o la edición de de 1987 del Código Civil, de Cástán , todos ellos, como Jaime, infatigables prácticos y maestros del Derecho.