Cuando en el 2000 se disponía a cumplir 80 años y los síntomas de la enfermedad del párkinson se hacían cada vez más perceptibles, Juan Pablo II se planteó seriamente la posibilidad de renunciar al liderazgo de la Iglesia católica que los cardenales le habían confiado en 1978. Y no solo eso, sino que también pensó en estipular que los pontífices, al llegar a esa edad, se jubilaran, a imagen y semejanza de lo que hacen los cardenales, que pierden su condición de electores en un eventual cónclave. O los obispos, que dejan el gobierno de las diócesis a los 75 años desde que así lo decidiera Pablo VI.

La revelación no es nueva. Surgió en los días posteriores a su fallecimiento, en abril del 2005, cuando se abrió su testamento, pero entonces hubo quien cuestionó que la intepretación de que había acariciado la dimisión fuese la correcta. Ahora, su fiel secretario durante cuatro décadas, recompensado tras la muerte de Wojtyla con la púrpura cardenalicia y la titularidad del arzobispado de Cracovia, Stanislaw Dziwisz, termina por despejar las dudas en sus memorias, que mañana salen a la venta en Italia.