TLteo estos días una noticia que aún no he podido asumir. No sé si es hilarante o deprimente. Quizá las dos cosas. Resulta que hay un señor en Oklahoma, llamado Donald D. Thompson que es juez. Y este susodicho, mientras preside desde el estrado dirimir las cuitas que allí se le presentan, o sea, violaciones, robos, palizas o asesinatos; mientras los testigos testifican y los defensores defienden y los fiscales acusan, el tío va y se encarama en lo alto de su manubrio un aparato, especie de bomba succionadora, que le pone el elemento erecto y potente, duro como peñasco, activo como el cipote de Archidona. Y al tiempo que unos argumentan y otros balbucean, él está dale que te pego a la succión y al jadeo. El jodío se dio arte y maña para entre puñetas, togas y capisallos, encasquetarse el invento en su entrepierna y darse manivelazos como mirando al techo. Lo cual, que se pajeaba más que un mono. Y mientras las partes exponían sus razonamientos, el tenía las suyas razonablemente expuestas a la gallarda inducida.

Pero el ruido que producía el artilugio acabó desenmascarando a este obseso de las sorbidas mamonas. Lo denunciaron y ahora andamos a la espera de que un colega, por juez, dicte sentencia contra este virtuoso del onanismo togado.

Por estos pagos ibéricos la cosa es más patética. Hay jueces estrellados y fiscales ganapanes que tienen el mecanismo chupón injertado en el cacumen. No suena, la lefa que escupe es ácida y, con triste e interesada frecuencia, pasa de los asesinos y va directa al corazón atónito de las víctimas. (jabuiza@unex.es).