Ahora mismo estarán viajando o acudiendo al médico para que solucione su afonía, porque hoy tienen un mitin en una casa de cultura con la calefacción estropeada, y no pueden quedarse sin voz. Dura vida esta de los políticos en campaña electoral. Hoy aquí, mañana allí, y pasado Dios dirá, o el destino, o los asesores, según creencias. Se parecen a los viajeros de conozca Europa en cinco días. Si hoy es domingo, esto es Extremadura, y desayuno en la Rioja después de ducharme en San Sebastián. Y luego está lo de repetir el mismo discurso con algunas variantes, porque tampoco se trata de ser original en cada pueblo. Como escritores aburridos de presentar una y otra vez el mismo libro, intentan que no se les escape un bostezo previsible. Qué trajín se traen, qué ganitas de brasero, zapatillas de paño y vaso de leche caliente mientras afuera la lluvia estalla sobre el techo de uralita del pabellón polideportivo y dentro los fieles apabullan con su mar de banderas. Ay, pero todo pasa, y todo queda. Después de la batalla, llega el estrés del domingo, y la agonía del lunes. O el triunfo apabullante, o la derrota más absoluta que ningún partido querrá reconocer. Da igual, en las paredes y en las farolas siguen fijados los rostros de los candidatos. Qué duro debe de ser verse, contemplar la sonrisa perfecta que no supo prever el fracaso. O mirar cómo amarillea tu cara en la valla publicitaria, o cómo se te va cayendo el pelo al compás de la lluvia que una vez oíste caer. Y qué harán con los mecheros y las gorras que les sobran. Menudo sinvivir. Es dura la vida de estos hombres. Como para no ir a votar el domingo.